El opio del pueblo

La democracia, la filosofía, el teatro, los Juegos Olímpicos, la literatura, la arquitectura, la zoología, la historia, el derecho, nuestra lengua… Estas son solo unas de las miles de cosas que hemos recibido como herencia –actualmente muy mal agradecida- de nuestros antepasados helenos y latinos. Sin embargo, pese a la ampulosidad regia y a la seriedad mayestática con las que se nos presenta este mundo pasado en las películas, los antiguos también se daban a sus propios placeres con banquetes, recitales de poesía, conciertos privados, prostíbulos y… con sus propias drogas, no podía ser de otra manera.

Partiendo en primer lugar de la Grecia Clásica, la línea divisoria entre la medicina y el goce era muy difusa. Es bien sabido gracias a los tratados sobre botánica de Teofrasto, el primero en su campo, y sobre medicina del afamado Hipócrates de Cos, que empleaban hierbas medicinales tanto para curar como para drogarse. Utilizaban el término φάρμακον que efectivamente quiere decir “remedio” y “tóxico” para referirse a ellos.

Como protagonistas de esta categoría tenían al opio, al cáñamo, al alcohol y algunas especies de plantas solanáceas como el beleño, la belladona y la mandrágora, las cuales tienen propiedades psicotrópicas e incluso venenosas.

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El opio

El opio cumple un papel principal. Su uso en la civilización griega se remonta hasta época minoica, muy pronto se convirtió en el fármaco por excelencia de los médicos aqueos. A pesar de sus adictivos efectos, no se hace mención a ellos en ningún tratado, por lo que debemos suponer que no abusaban de él como sí hicieron varios países europeos y China en el s. XIX.

Se sabe que bien se bebía en infusiones bien se mascaba la planta para combatir el dolor de muelas, la diarrea, las fiebres y ¡para conseguir que sus niños se durmieran!

Esta planta estaba ligada a ritos ceremoniales en honor a diversas divinidades, sobre todo a Deméter, la diosa de la agricultura. El opio era uno de sus atributos y en determinadas ocasiones, se solían quemar grandes cantidades en el altar del templo para que la Crónida –y todos sus fieles- recibieran el embriagador efecto del opio.

Su uso en el mundo romano era muy distinto. Aparte de refinar las múltiples aplicaciones de la planta, muchos patricios, plebeyos e incluso emperadores, tomaban pociones –triacas- de opio mezcladas con pequeñas dosis de venenos como cicuta o acónito. Esta práctica aparentemente suicida se llevaba a cabo para evitar un futuro envenenamiento puesto que el cuerpo ya estaría preparado para aceptar ese tipo de tóxicos. Personajes ilustres con riesgo de sufrir conjuraciones tomaron triacas: Nerva, Caracalla, Trajano, Adriano, Mitríades III…

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Ciceón

Desde la Antigüedad y hasta nuestros días, los Misterios Eleusinos han permanecido en una sombra total para los curiosos del misticismo y los ritos ancestrales. Estos se celebraban dos veces al año, los Mayores y los Menores, en el interior de un templo cuyas paredes eran testigos mudos de los secretos que revelaban los sacerdotes a los peregrinos. Los Misterios eran un pilar de la vida espiritual de todo el mundo griego, acudían a ellos gentes de cada rincón del Mediterráneo así como famosos dirigentes romanos, guiados por la alabada sabiduría y cultura griega.

La ceremonia rememoraba el mito de Deméter y Perséfone, en concreto el tiempo en el que la diosa de la agricultura vagaba por la tierra sumida en una profunda depresión hasta ver de vuelta a su hija. Comenzaba con una procesión en la que los adeptos gritaban obscenidades y chistes sexuales para hacer sonreír a su diosa. Tras llegar a Eleusis pasaban un día de ayuno, roto después por la ingesta de una bebida llamada ciceón (κυκεών). Esta pócima estaba hecha con cebada, pero no fresca, sino contaminada por un hongo: el cornezuelo del centeno. El hongo tiene propiedades psicoactivas, para mayor precisión, LSA, el precursor del LSD.

Las teorías modernas acusan a esta droga de provocar las alucinaciones y las visiones tan vívidas que los peregrinos experimentaban al introducirse en los Misterios. Aún en la actualidad es una incógnita qué era aquello que les mostraban los sacerdotes en el interior del fano y que tanto público atraía.

Vino

Ya en el 3000 a.C. los antiguos egipcios conocían la cultura vinícola. Esta bebida fue transferida a Grecia antes del octavo milenio y en poco tiempo se popularizó tanto como en nuestros días. Es bien sabido que los helenos lo bebían diluido con agua ya que el vino del prehistórico Mediterráneo contenía una alta graduación. Tal y como ocurre en la actualidad, dejando aparte los usos religiosos y mistéricos, el vino era objeto de placer y diversión.

En los simposios (literalmente “beber conjuntamente”) después de la cata gastronómica llegaba la hora del vino. Los convidados se pasaban una copa llamada psyctér, ψυκτήρ, de la que probaban todos. A lo que nosotros vulgarmente decimos “emborracharnos”, ellos lo denominaban con un bonito eufemismo: enthousiasmós (inspiración divina) palabra cuyo resultado en español es transparente. Para nuestra sorpresa, una vez mezclado con agua le solían añadir también yeso o sal marina para variar su color y sabor.

De nuevo, Roma perpetuó la costumbre griega aportando mejoras y técnicas de conservación. Fueron los latinos quienes pusieron de moda almacenar el vino en barricas –costumbre proveniente de las tierras norteñas-, en el siglo primero de nuestra era comenzaron a utilizar botellas de vidrio y, como era de esperar, el vino finalmente se convirtió en un lujo apto solo para las clases más adineradas.

Eran tan amplias las diferencias sociales que cada escalafón tenía una variedad de vino, calidad en diminuendo obviamente. Mientras que los patricios lo seguían diluyendo con agua y cataban vinos de hasta veinticinco años de fermentación, los legionarios tomaban uno de sabor avinagrado mezclado con miel –posca– y los labriegos tenían las raciones pautadas por la ley. Aunque sin duda, el premio a lo denigrante se lo llevan las mujeres, quienes durante la época de Catón el Viejo tenían prohibido beber vino bajo pena capital. De hecho, sus maridos las recibían al llegar a casa con un beso en la boca para comprobar que no habían probado una sola gota del néctar de Baco.

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Marcos Medrano Duque

2 respuestas a “El opio del pueblo

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  1. Hace tiempo que quería leer sobre el Opio y el uso de las ahora drogas en la antigüedad. Tu artículo me ha maravillado y me llevo la información necesaria para una buena charla. ¡Muy interesante! ¡MUCHAS GRACIAS!

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