Desde Homero a María Rodés: las Pléyades

Eclíptica, el nuevo disco de Maria Rodés, presentado hace unos días en el teatro Juan del Enzina (puedes ver fotos), ha sido inspirado por la labor y los diarios de su tío bisabuelo, el astrónomo Lluís Rodés, director del observatorio del Ebro (lee aquí la entrevista en El País sobre el nuevo disco). Y puesto que tanto griegos como latinos también miraron al cielo con afán de explicar lo que veían, en este disco también hay sitio para la mitología, como es el caso del tema Pléyades.

Pléyades (puedes ver el videoclip aquí)

«L’Etoile Perdue»-Adolphe Bouguereau (1884)

 

 

Andan juntas por el cielo,
sin separarse jamás,
como niñas asustadas.
Fueron víctimas de Orión.

Él se encaprichó de todas,L'Etoile Perdue (La Pléyade Perdida) de William-Adolphe Bouguereau (1884)
preso de su juventud.
Y abrumado por su encanto,
sin cesar las persiguió.

Siete años sin parar,
sin parar de escapar.
¿Hacia dónde? No lo sé,
pero hay que correr.

Alguien las convirtió en palomas,
para ayudarlas a escapar.
Ellas volaron hacia el cielo
y allí el toro las meció.

Ya solo puedo ver seis,
falta una séptima que huyó.
Se moría de vergüenza
por amar a un ser mortal.

Siete años sin parar,
sin parar de escapar.
¿Hacia dónde? No lo sé,
pero hay que correr
hacia algún lugar
lejos de la gravedad.

La pobre se enamoró,
presa de su finitud.
Tuvo que aceptar que un día
su amor se moriría.
Y su luz debilitada
de pena se apagaría,
de pena se apagaría,
de pena se apagaría.
de pena se apagaría.

Eratóstenes, en su Catasterismo, explica así este cuerpo celeste:

La constelación de las Pléyades se encuentra en el llamado corte del lomo de Tauro. Reunidas en un racimo de siete estrellas, dicen que son las hijas de Atlas, y por eso se las denomina «siete pasos». Sin embargo, no son visibles las siete, sino sólo seis, y se da de ello la siguiente explicación: seis de ellas se unieron a diversos dioses, y la séptima se unió a un mortal. De entre las primeras, tres se unieron a Zeus (Electra, de la que nació Dárdano; Maya, madre de Hermes, y Taígete, de la que nació Lacedemón). Otras dos se unieron a Posidón (Alcíone, madre de Hiereo, y Celeno, de la que nació Lico). Se cuenta que Estérope se unió al dios Ares, de cuya unión nació Enómao. Finalmente Mérope se unió al mortal Sísifo, motivo por el que no se nos muestra visible. Entre los hombres gozan de muy buena reputación, ya que anuncian el comienzo de la primavera. Su disposición en el firmamento es muy feliz, pues dibujan la forma de un triángulo, según dice Hiparco. (Trad. Antonio Guzmán Guerra).

Las Pléyades fueron forjadas por Hefesto en el escudo de Aquiles (Ilíada XVIII, vv. 483-489):

Hizo figurar en él la tierra, el cielo y el mar,
el infatigable sol y la luna llena,
así como todos los astros que coronan el firmamento:
las Pléyades, las Hiades y el poderio de Orión,
y la Osa que también denominan con el nombre de Carro,
que gira allí mismo y acecha a Orión,
y que es la única que no participa de los baños en el Océano
.
(Trad. Emilio Crespo Güemes)

En sus Trabajos y días (trad. Aurelio Pérez Jiménez y Alfonso Martínez Díez), Hesíodo las señala como punto de inicio de los trabajos de primavera (al surgir las Pléyades descendientes de Atlas, empieza la siega; y la labranza cuando se oculten), en el calendario del labrador (luego que se oculten las Pléyades, las Híades y el forzudo Orión acuérdate de que empieza la época de la labranza) y también en el calendario de la navegación (te advierto que cuando las Pléyades huyendo del forzudo Orión caigan al sombrío ponto […] arrastra la nave a tierra y cálzala con piedras), ya que se pueden ver en el firmamento desde principios de mayo hasta mediados de noviembre. Y así las recoge, tiempo después, Virgilio en su Geórgica I: Antes las Pléyades, hijas de Atlas, se te oculten mañaneras y la constelación de Gnossos, de brillante Corona, se retire, que deposites en los surcos las semillas que les corresponden y que te apresures a confiar la esperanza del año a la repelente tierra. (Trad. Tomás de la Ascensión Recio García y Arturo Soler Ruiz).

Marta Martín Díaz

¿Polución?, ¿cambio climático? Hay que remontarse a griegos y romanos

Manuela y Mª Ángeles Martín Sánchez nos envían esta interesante noticia publicada en ABC el día 17 de mayo. Investigaciones en el hielo de Groenlandia permiten fechar épocas de mayor polución, indicio de períodos de mayor crecimiento económico. Por ejemplo, la huella del plomo depositado en el hielo es señal de una floreciente actividad minera. Las mediciones de los niveles de plomo en el hielo son tan precisas que les han permitido a los autores afirmar que el mayor momento de producción de plomo coincidió con el esplendor del Imperio Romano, durante los siglos I y II después de Cristo.

 

 

Rodin y Fidias

Manuela y Mª Ángeles Martín Sánchez nos envían el enlace al reportaje de ABC sobre una sugestiva exposición del British Museum en Londres (abierta hasta el 29 de julio): por primera vez las obras de Rodin se exponen al lado de los mármoles del Partenón (puedes ver aquí un video promocional).

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Recogida de firmas: un medallón para la Latina

El interés de los lectores de Notae Tironianae  ha sido dirigido en varias ocasiones hacia la figura ilustre e ilustrada de Beatriz Galindo, “la Latina”. Hace ya un par de años Isabel Varillas trazó su perfil biográfico; más recientemente Isabel Pérez compartía la columna de Paco Novelty en un periódico local que se hacía eco de la idea de dedicar uno de los medallones de la Plaza Mayor a La Latina.

La latina

Estos días la librería Beatriz Galindo, la Latina, situada en la calle dedicada a otro egregio representante del Estudio Salmantino, el Brocense, ha iniciado una recogida de firmas para que quien así lo desee pueda expresar su apoyo a la causa y decir públicamente a quien quiera escuchar que nada desmerece la compañía de La Latina a Antonio de Nebrija, Luis de León o Francisco de Vitoria.La latina 2

Al margen de los designios, a veces inescrutables, de Patrimonio, la iniciativa es importante porque corremos el riesgo de que la figura de Beatriz Galindo se nos expropie y tras tanto tiempo de olvido se convierta en moneda de cambio de la mercadotecnia del Ayuntamiento o la Universidad. Ahora, que después de demasiado tiempo el número de medallones libres en la Plaza Mayor ha aumentado, parece una ocasión idónea para que La Latina ocupe el que ha de ser su lugar: entre todos.

Diego Corral Varela

UN INSTITUTO DE SECUNDARIA DE LA PROVINCIA DE JAÉN GANA EL CONCURSO “AGÓN ARMONÍAS 2018”

Después de enterarnos de que un grupo de alumnos y su profesor Alejandro Valverde García, antiguo alumno de la Universidad de Salamanca, habían ganado el 1er. premio del concurso “Agón Armonías”, nos pusimos en contacto con él y le solicitamos que nos proporcionara más información sobre el particular. Amablemente nos envía esta entrada. Se lo agradecemos y desde aquí le felicitamos a él y a sus alumnos.

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Un grupo de alumnos del Bachillerato de Humanidades del Instituto “Santísima Trinidad” de Baeza, con su profesor de Latín y Griego, Alejandro Valverde García, ha obtenido el Primer Premio del Concurso  convocado por la Asociación “Hellinikon Idyllion” de Selianitika, Grecia. La convocatoria de este año proponía a los centros escolares la creación de una canción original cuyo estribillo reprodujese una frase de algún filósofo griego antiguo. Así, “Eudaimonía”, la canción ganadora, arranca de un fragmento del Protréptico de Aristóteles que los alumnos cantan en griego clásico y que dice: “Conviene considerar que la felicidad no está en la posesión de muchas cosas sino, más bien, en el estado en que el alma se encuentra”. Partiendo de esta frase, el resto de la canción (con letra y música del propio profesor) propone una reflexión sobre la importancia de la educación de los jóvenes para lograr cambiar la injusticia y la corrupción en nuestro entorno. El Jurado de este concurso internacional, compuesto por Joulia Diamantopoulou, Holger Essler, Florian Fleicht, Barbara Fink, Dora Katsonopoulou, Stefano Pagliaroli, Werner Schulze y Andreas Drekis, ha valorado especialmente el contenido de la composición, la belleza del tema musical y la alegría que transmiten estos alumnos, haciendo patente la inmortalidad y la vigencia de la antigua filosofía griega y de los estudios clásicos.

Puedes ver y oír la canción “Eudaimonía” aquí.

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Descubrimiento de un texto de Séneca el Viejo

Los textos latinos que estudiamos forman un conjunto que solo puede verse aumentado por la vía del descubrimiento, algo que sucede muy pocas veces. Esta es una de esas pocas veces. Carmen Codoñer nos envía el enlace a la noticia publicada ayer en ABC.

Se trata de dos fragmentos de papiro carbonizado procedente de la Biblioteca de la Villa de los Pisones en Herculano, que resultó destruida en el año 79 por la famosa erupción del Vesubio. Han sido identificados como pertenecientes a una obra de la que no poseíamos ningún testimonio, Historiae ab initio bellorum civilium de Séneca el Viejo, padre de Séneca el Filósofo.

Aguardamos impacientes más detalles.

DE AENEAE CATABASI

—¿Cuántos más? —preguntaba Eneas con los ojos llenos de lágrimas tras abandonar a Palinuro. La Sibila lo miró con el ceño fruncido, sin comprender los derroteros de los pensamientos del teucro.

—¿Cuántos más qué, hijo de Anquises?

—¿Cuántos compañeros más habré de ver en un lugar tan lóbrego? —sollozó. Una densa neblina les rodeaba las piernas, justo por debajo de la cintura, amortiguando cada paso que daban—. ¿Cuántos seres queridos, cuántos viejos conocidos que no volverán a ver la luz de Febo? —La Sibila se echó a reír, una risa maliciosa que retumbaba en las cavernas del Inframundo. Aquello enojó a Eneas—. ¿Por qué has de someterme a semejante tortura?

—Olvidas, héroe, que no soy yo quien te somete a nada —dijo con la serenidad de quien conoce todas las cosas—. Son los dioses quienes te mueven, es el destino quien te empuja. Yo tan solo soy tu guía en este reino que solo deberías pisar una vez… Para no volver jamás.

Ambos se callaron entonces: Eneas, porque se encontraba demasiado perdido en sus pensamientos, en los recuerdos de aquella gente que había amado y que ya no se encontraba a su lado; la Sibila, porque consideraba que no debía decir más.

Unos gemidos lastimeros llamaron la atención del troyano que, curioso, se adelantó a la Sibila un par de pasos para ver de dónde surgía semejante lamento. Ella sonrió con cierta crueldad, sabiendo lo que allí iba a encontrarse, pero nuevamente prefirió callar y observar.

Se encontraban en la zona del Hades reservada para aquellos que, aquejados por la enfermedad más ardiente y dolorosa, habían renunciado a la vida. Vagaban de un lado a otro sollozando, llorando, gimiendo de dolor y angustia, lamentándose por los tristes pedazos a los que se había visto reducido su atormentado corazón. Eneas no reconocía sus rostros, pero conocía desde niño sus historias: Fedra, Pasifae, Ceneo… Le brillaron las lágrimas en los ojos al ser testigo del triste final que el destino les había reservado.

Entonces, se escuchó un susurro por encima de los lamentos,  y una sombra entre la multitud comenzó a moverse, alejándose de él. No tardó ni un segundo en reconocer la pálida silueta de la mujer que una vez lo amó, de la reina que por siempre lo maldijo. Eneas cayó al suelo, como fulminado por un rayo del dios de dioses, y la llamó entre sollozos:

—¡Dido! ¡Dido! No es posible que seas tú.

La sombra se giró y Eneas pudo ver el rostro impertérrito de la reina de Cartago. Todo su cuerpo era ahora del color de los rayos de luna, casi translúcido, como el del resto de las ánimas que moran en el Hades. Tenía los cabellos sueltos y vestía unas lujosas ropas, en las que podía verse la mancha oscura de la mortal herida. Elisa lo miraba con tal frialdad que podía haber congelado al mismísimo Sol y Eneas, acongojado por esos ojos de hielo, no pudo hacer más que llorar y exclamar:

—¡No fue mi culpa! ¡Yo no quería marcharme de tu lado! ¡Has de creerme, Dido, por favor! —Anduvo de rodillas hacia ella, que se iba alejando según avanzaba—. El tiempo que pasé en las tierras de Cartago, contigo, fue el más dichoso de mi vida. Durante esos días fui libre, libre de este destino tirano que me obligó a alejarme de ti. Me destroza el alma verte aquí, convertida en un pálido reflejo de lo que un día fuiste, sola y afligida. ¡Ojalá no hubiera abandonado nunca el refugio de tus costas! ¡Ojalá hubiera podido escoger quedarme a tu lado!

» Pero ¿por qué me miras con esa cara tan fría y pétrea como la de una hermosa estatua? —Rehuyó Dido su mirada entonces, fijándola en el suelo, en los frondosos árboles, en las almas en pena; en cualquier sitio menos en la penosa imagen de Eneas tirado en el suelo. Él parecía haber perdido toda razón e imploraba a gritos una respuesta—: ¡Por el amor de Júpiter, Dido, mírame! ¡Mírame y contesta! ¿Acaso el frío del Inframundo ha helado tu corazón ardiente? ¿Acaso se ha apagado la llama que quemó con mi nombre en tu pecho? —Esperó la llegada de las palabras de Dido, pero solo recibió silencio. Apretó los puños y, preso de una súbita rabia, golpeó el suelo del Hades; ni siquiera eso perturbó la serenidad del rostro de Dido—. ¡Maldita sea, contéstame! ¡Merezco una respuesta!

Pareció que el pálido reflejo de la reina soltaba un suspiro de hastío y, ante la mirada atónita de Eneas, se giró y se alejó de él. Eneas gritaba su nombre, desesperado, pero ella parecía no oírle siquiera.

De entre los árboles surgió la majestuosa figura de Siqueo, tan pálida como la de la reina; hacia él se dirigían los pasos firmes y etéreos de Dido. Tomó amorosamente las manos de su esposo y las besó con veneración y una dulce sonrisa. Elisa se adentró a su lado en la frondosa selva, sin titubear un solo momento, sin echar la vista atrás.

Carla Rodríguez Para

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