Con motivo de la concesión del Premio Planeta al escritor Santiago Posteguillo, por su novela Yo, Julia, comentamos aquí lo apasionante que resulta la lectura de sus libros sobre el mundo romano antiguo.
El autor utiliza una gran bibliografía que abarca desde escritores antiguos como Tito Livio, Plauto, Cicerón…, hasta reconocidos estudiosos actuales de ese periodo, como Carmen Codoñer, Carlos Fernández Corte, J. Guillén, A. Goldsworthy…
El lector, incluso el que desconoce esa época, se siente enormemente atraído por ese mundo, expuesto con gran claridad y rigor por el autor, gracias a sus glosarios, sus dramatis personae, mapas de conquistas, planteamientos de batallas, etc. Incluso recomienda visitar los parajes descritos, dando consejos para acceder a ellos. Por ejemplo, advierte de la utilidad del uso de un todoterreno para acercarse a Drobeta, lugar en que Trajano ordenó construir un puente sobre el Danubio, al mando del arquitecto imperial Apolodoro de Damasco, del que solo se conservan restos de los pilares.
En la primera trilogía sobre Escipión (Africanus, el hijo del cónsul; Las legiones malditas; La traición de Roma) la acción transcurre a finales del siglo III a.C. La República de Roma, cada vez más fuerte como poder emergente, quiere ampliar sus fronteras, obtener la hegemonía del Mediterráneo, y por ello se enfrenta a Cartago. No es la primera vez. Ahora lo hará también en Hispania, la Galia, la península itálica, Sicilia y el norte de África. Tanto en esta como en la trilogía de Trajano el autor teje una especie de red en la que va insertando a los representantes de la sociedad; individuos de toda clase y condición que conforman los hilos necesarios para ir urdiendo la trama en la que exponer los hechos históricos, y a veces ficticios, cuando no hay constancia de ellos, como el mismo autor advierte.
A lo largo del relato, cualquier fragmento podría ser ilustrativo para ser comentado, dada la calidad del conjunto. Por tomar una muestra, nos hemos detenido en un pasaje del volumen III de la trilogía sobre Trajano, La legión perdida. El sueño de Trajano. Llama la atención la descripción que Posteguillo hace del funeral-triunfo de este emperador, con un estilo conciso y a la vez prolijo en detalles, logrando que sus palabras evoquen en el lector efectos sensoriales, traducidos a imágenes cromáticas sugeridas por las guirnaldas, los dorados cuernos de los toros blancos destinados al sacrificio, las joyas y metales preciosos cargadas en carros, el color púrpura de las túnicas de los líctores o lo abigarrado de la multitud allí reunida. El sol potencia la luminosidad de esta puesta en escena al reflejarse en los metales de las armas, las corazas de los catafractos arrebatadas al enemigo, y, lo más impactante: la exhibición del brillante trono de oro del vencido Cesifonte que proyecta destellos ante la muchedumbre que aclama entusiasmada al paso del cortejo.
No solo por estos recursos visuales el lector se siente como un espectador más, atrapado en el ambiente descrito; también porque cree escuchar el bullicio de los gritos de la plebe, el estruendo de los carros avanzando con los despojos o el resonar de las buccinas y el dulce sonido de las flautas.
Se percibe igualmente la atmósfera densa por el humo que genera la combustión del incienso en el interior de los templos, cuyas puertas permanecen abiertas, y el aroma que este desprende envolviendo el desfile, lastrado por la enorme estatua de Trajano llevada sobre una cuadriga de la que tiran cuatro caballos blancos.
Francisca Ballesteros Inmaculada Hernán
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