Hasta el curso que viene

En Notae tironianae necesitamos un descanso e interrumpimos nuestra actividad hasta el curso que viene (¡qué intriga!, ¿cómo será?, ¿merecerá otro poema épico como La Virusiada, con la que hemos concluido de manera tan redonda nuestra andadura este 2019-20?).

Felices vacaciones a todos nuestros lectores y colaboradores.

Curso 2019-2020: LA VIRUSIADA

Poema épico do se da  cuenta de cómo los philólogos hispanistas  llevaron ante don Júpiter  las cuitas que traían y las injusticias con ellos cometidas, y de cómo el dios otorgoles recompensa sobrada.  Incluye el enxiemplo del geniecillo de la boya enorme.

Contar vos he una estoria  del Salustio transcrita,
pasela al castellano,  ca está en latino escrita,
en cuadernas la puse,    como fizo el de Hita
o ese mesmo Berceo      que todo el mundo cita.

Llegaron ante Júpiter,   el dios omnipotente,
un grupo de moçuelos    allá por 2020
(yo empleo el masculino     que llaman incluyente,
asín que las moçuelas llegaron igualmente).

En un antiguo estudio    de mucha nombradía
aprenden  los secretos     de la Philología,
la ciencia venerable    que da sabiduría,
millones en el banco y un yate en Almería
(Ruego a vuesa merced    que calle y non se ría,
non foda la cuaderna   por una tontería).

Llegaron al OIimpo,    llamaron al portón,
abriéronlis las puertas,     pasaron al salón;
pusiéronlis cubata   con gin de garrafón,
que ya nin dios se libra    de aquesta maldición.

Fabló una portavoza    que quiere ser mayestra,
con calçón de pitiello y lengua larga y diestra:
«Empezaré contando    un cuento do se muestra,
oh Júpiter Tonante, cual es la queja nuestra.

Un moço de Zamora    fue a visitar un día
al su amigo Ruperto,     un hombre que tenía
un palacete, un yate   y un puerto en Almería,
de aquesos que se compran con la Philología.

Eran por aquel tiempo    el duro y la peseta
monedas de una España    de murga e pandereta;
“la pela” le decían ,     faciendo cuchufleta,
las gentes en reuniones   de vino e de panceta.

El moço zamorano    miró con desconcierto
una boya gigante    que estaba junto al puerto:
“¿Qué es eso” -li pregunta al su amigo Ruperto.
“El regalo de un genio     que vino del desierto”.

“-A otro perro con eso,     non trago yo esa hogaza,
ni aquesto es Disnelandia,    non somos de esa raza”.
“-Compruébalo tu mesmo,   él  anda por la plaza
faciendo una carroza     con una calabaza”.

“Voy a verlo, Ruperto, que tú non me la cuelas”.
Al volver pareciera   trayer dolor de muelas:
“Le pedí al neçio ese,    dos millones de pelas
y en ese carro traigo dos millones de velas”.

Non extraña a Ruperto   la acción del zahorí;
al su amigo le diçe:   “Yo ya te lo advertí.
Tu caso es como el miyo   ¿O te paresce a ti
que fue una boya enorme      lo que yo le pedí?”

Como muestra la estoria, Oh Júpiter Tonante,
decente e istrutiva, al par que edificante,
el genio de la boya,  no es cosa que se aguante,
amén de que trocaba la “pe” en aproximante.
( Y diz Carmen Quixada  que aquesto es indignante,
aunque otra vez se lleve la strofa por delante).

Bufan ambos amigos y   está jostificado:
al que dineros quiso   lo dexan alumbrado
y al que pidió recambio    para órgano menguado
le dan útil marino   muy poco aprovechado.

La flor del hispanismo que está en este lugar
non rescibe tampoco lo que vino a buscar:
son de tierras diversas, alguna allende el mar;
dexaron novia o novio, dexaron el hogar.

Desde hace luengos años estudian al Berceo,
Al Lope y al Bolaños, el bable y el seseo,
el galo y el inglés, el latín o el hebreo,
el puto test de Dik, las yodes y el voseo.

Y agora que ya vían el final absoluto,
y ya prestos estaban a recoger el fruto
después de haber pagado, gustosos, el tributo,
llegó un bicho redondo, cabrón e diminuto.

Plegaron las pantallas, lleváronse las tizas,
en Anaya vedaron las verdes corralizas
do gozaban los cuerpos calores primerizas,
candáronos las aulas y las Caballerizas.

Metiéronnos en casa con gran desasosiego,
ya non vimos a Charo con su pelo de fuego,
el Borges sin la Paqui es solo un pobre ciego,
perdimos los pastores, perdimos el Borrego.

Acucian los mayestros por dar fin al temario;
nos largan correazos y adjuntos casi a diario;
textículos y vídeos por fer un comentario;
non sé si estoy en clase o viendo el telediario,
friyéndome los güevos o haciendo un webinario…
(Fodí otra vez la strofa:  seis versos da el somario).

Tengo examen en red,  mas non llega el invento
al pueblo donde moro en el confinamiento;
me pongo con el móvil junto al Ayuntamiento,
mas non garro la wifi por mucho que lo intento.

Saco el perro a la calle   a que cague el cuitado,
en la derecha llevo   un folio subrayado;
lo estudio atentamente, y miro con cuidado
si encuentro antecedente o el “cuando” está preñado.

Non puedo ir a la biblio   nin cantar en el coro,
le fablo a los espexos     igual que faze un loro,
en el amor se imponen   la mengua y el decoro:
un trío se faz hoy    con un tercio de aforo.

Seremos graduados, pero sin  graduación,
el decano se ahorra,  este curso el sermón;
no echarán nuestras madres  copioso lagrimón,
guardaremos las galas  p’hacer un botellón».

Finó la portavoza    la estoria que traía.
Quedose el dios mirando      la gente que allí había:
vio jóvenes hermosos,  con sueños y energía,
futuros misioneros     de la Philología.

Entonces levantose       y el cielo dexó oír
un trueno poderoso del cénit al nadir.
“Llamaré a la Zarçuela y al Rey he de dezir
que vos faga Marqueses de la Coronavir.

Y que ya convertidos en marqués o marquesa,
vos regale un castiello, con monte y con  devesa
en Babia o en Laciana o  en tierra sanabresa,
do suene dulcemientre la Lengua Leonesa.”

Iulius Agnus Nepote

 

 

 

Pompeya en París

¿Te acuerdas de cuando en nuestra sección Cosas que hacer en la cuarentena Eusebia Tarriño nos aconsejaba una visita virtual por Pompeya, un recurso del Grand Palais creado para la exposición cuya inauguración estaba prevista para el 25 de marzo? (Pompéi. Promenade immersive. Trésors archéologiques. Nouvelles découvertes. )

Pues finalmente la exposición ha conseguido abrir sus puertas hasta el 27 de septiembre. Lee la noticia en Historia y vida de La Vanguardia: Pompeya y el Vesubio despiertan en París.

Los mosaicos de la villa romana en Villoria

Mª Ángeles Martín nos envía el texto publicado en el Salamanca al día del mes de julio sobre una futura exposición con restos de la villa romana de la Vega, sita en Villoria y próxima al límite con Villoruela. La villa, del siglo IV o V, fue excavada en 1985 pero los mosaicos se volvieron a enterrar. Si alguien quiere saber más datos puede acceder al estudio de Fernando Regueras y Esther Pérez publicado por la Junta de Castilla y León en 1998, Mosaicos romanos de la provincia de Salamanca.villa romana Villoria_Página_1villa romana Villoria_Página_2

¿Existieron las amazonas?

Varios de nuestros colaboradores nos remiten el enlace a esta noticia publicada en La Vanguardia el 24 de junio de 2020:

El esqueleto de una niña de 13 años que confirma el mito de las Amazonas

El historiador Heródoto (484-425 a.C.) situaba a las amazonas en las estepas pónticas que hoy en día forman parte de Kazajistán, el sur de Rusia y Ucrania, en la frontera entre los griegos y los pueblos escitas. Pues bien, el análisis de ADN de los restos de un supuesto muchacho, descubierto hace 30 años en un monumento fúnebre de la temprana edad del hierro, en la República de Tuvá, en el yacimiento de Saryg-Bulun, reveló la sorpresa de que en realidad se trataba de una muchacha que había sido enterrada acompañada de armas, lo mismo que otros tres cadáveres femeninos de distintas edades que se encontraron en el mismo túmulo funerario. De estas, una de ellas había sido sepultada en posición de jinete (como atestigua la imagen de cabecera). El hallazgo, según sus descubridores, parece confirmar la existencia real de mujeres guerreras.

Chantal Maillard: Sísifo y la muerte

Reproducimos el texto de Chantal Maillard publicado en El País el 27 de junio de 2020, Sísifo y la muerte:

Una de las muchas fechorías de Sísifo fue encadenar a la Muerte cuando esta vino a buscarla. Durante tres días la tuvo presa. Nadie podía morir. El inframundo se quedaba vacío y la Tierra se asfixiaba bajo el peso de los vivos. Como dignos descendientes de Sísifo, también nosotros nos resistimos a morir. No entendemos que la muerte no es la cara opuesta de la vida, sino aquella parte suya que la sostiene y la hace posible. Sin muerte no hay vida. Todo ser vivo se alimenta de otros y crece en el espacio que otros desalojan. Que en el universo (y en política) las fuerzas opuestas no son contrarias (ni enemigas) sino complementarias es algo que, desde Parménides, tenemos dificultad para entender. La famosa cuestión de Hamlet se resolvería sin problema si la formulásemos de otro modo. Porque ser o no ser no es la cuestión. La cuestión es aprender a ver de otra manera. Quienes dicen amar la vida y entienden la muerte como un mal que deba ser erradicado se parecen a aquel que admira la faz iluminada de la luna y trata de extirpar su parte en sombra sin comprender que, aunque la luna siempre nos muestre la misma cara, no podría girar en su órbita ni sería la misma sin esa parte que no vemos.

Se ha escrito mucho y muy bien, durante estos últimos meses, acerca del luto y de la forma de morir. Nada añadiré al respecto. Hay, no obstante, dos cosas de las que nadie parece querer ocuparse en las que, a riesgo de parecer impertinente, quisiera detenerme.

La primera es que nunca se ponga bajo sospecha la idea de que “la vida es un bien”, a pesar de que ésta sea la premisa que justifica todos los mecanismos de defensa que, tanto desde lo público como desde lo privado, se ponen en marcha en momentos de peligro.

La segunda es la falta de coherencia de quienes, defendiendo la premisa, no asumen, sin embargo, en la práctica la universidad que les otorgan cuando deciden defender a unas en detrimento o por encima de las otras. Pues si la vida es un bien en sí —algo que, repito, convendría revisar— y por ello ha de ser protegida, habrá de serlo siempre, en todo caso, para todo ser vivo y en toda circunstancia, sin prioridades, sin jerarquías de edades, procedencia, reino o especie. Pues no hay razón suficiente para afirmar que la vida del más próximo (prójimo) sea mejor o más importante que la de otro, la de una niña más que la de una anciana, ni la de nuestra especie más que la de otras. Claro que la falta de coherencia puede deberse, en este caso, a que se hayan expresado mal, que no pretendían referirse a la vida, así, en abstracto, sino a mí vida y la de los míos.

Por otra parte, si la vida es un bien, habrá de protegerse plenamente, con toda la muerte que entraña.

Proteger la muerte es respetar al que agoniza. Darle su tiempo, su silencio y la compañía o la soledad que desee. Proteger la muerte es no interferir en el proceso cuando este sea irremediable o cuando la persona así lo quiera. Proteger la muerte es permitir que en esa hora nos acompañen quienes amamos (aunque éstos tengan que plegarse, como parte del rito, a una cuarentena suplementaria). Proteger la muerte es no añadir sufrimiento al que sufre, darle el espacio de calma que requiere, no aturdirle con fármacos ni ruidos ni llantos ni alarmas. Proteger la muerte es, por parte de quienes sobreviven, cuidar las desapariciones.

Y esto, además de ser una cuestión ética —de gestión de lo privado—, es también una cuestión política —de gestión de lo público—. Pues ¿qué tipo de sociedad es esta que, en nombre de la vida, nos exige encerrar a nuestros mayores, privarles de su voluntad y sedarles para que no alboroten o para “facilitarles”, dicen, el tránsito? ¿Qué tipo de leyes son esas que obligan a alguien a seguir vivo y se le “permita” morir tan sólo cuando ha llegado a una situación física que se juzga insoportable? ¿Quién es quién para juzgar lo que a otro le resulta insoportable? Y ¿qué concepto de la “sanidad” es éste, que confunde el remiendo con el remedio? Remediar es curar, devolver la parte al todo. Remendar es reparar, zurcir, corregir momentáneamente un “defecto” o un “error”. No se remedia con remiendos, sino considerando al organismo todo entero. La nuestra es una sociedad remendada. Cuerpos remendados, mentes remendadas para que puedan seguir cumpliendo la función que se les atribuye en un organismo enfermo. La moral defensiva del prójimo-próximo no beneficia al organismo global ni, por tanto, a la larga, a quienes la practican. Si en vez de prepararnos para el combate, en todos los frentes, nos ocupásemos de educarnos en la mejor comprensión de las relaciones, quizás estuviésemos en mejores condiciones para hallar el remedio que conviene.

Que el remedio pasa por un decrecimiento en todos los dominios es algo que aún no parece que tengamos claro. Decrecer es menguar. En violencia y en población. En soberbia y en ansia. Si esto se diese alguna vez, también decrecería la angustia, esa sombra que se adhiere a nuestra piel cuando algo interfiere en la “normalidad” de nuestra vida, eso que llamamos normalidad, que no es otra cosa que una momentánea adaptación a la extrañeza.

Rebusca entre las numerosísimas imágenes que ilustran las obras de Ovidio: Ovidius pictus

Nos llega por varias vías (entre ellas José Carlos Fernández Corte y el Mercurio Salmantino) la noticia de la inauguración de una nueva web, fruto del trabajo realizado en varios proyectos de investigación desarrollados desde el año 2007 y encabezados por Fátima Díez Platas (Dpto. de Historia del Arte. Universidad de Santiago de Compostela): la Biblioteca Digital Ovidiana. Los proyectos han perseguido la recopilación, estudio y digitalización de todos los ejemplares de las ediciones ilustradas de las obras ovidianas, impresas entre los siglos XV y XIX, que se encuentran en las bibliotecas españolas públicas y privadas, y la creación de una base de datos de estas ilustraciones. Además, dentro de esta página se aloja un blog, Ovidius pictus, sobre los libros y las bibliotecas que los contienen. Lee aquí su primera entrada: Ovidio en la biblioteca más antigua de Galicia. Damos la enhorabuena a esta iniciativa que sin duda utilizaremos muy frecuentemente y les deseamos la mejor suerte.

Susana González Marín

  VENI.VIDI.VICI.

Plutarco nos transmite la traducción al griego de ueni, uidi, uici.

καὶ τῆς μάχης ταύτης τὴν ὀξύτητα καὶ τὸ τάχος ἀναγγέλλων εἰς Ῥώμην πρός τινα τῶν φίλων Μάτιον ἔγραψε τρεῖς λέξεις· „ἦλθον, εἶδον, ἐνίκησα“. Ῥωμαϊστὶ δ’ αἱ λέξεις, εἰς ὅμοιον ἀπολήγουσαι σχῆμα ῥήματος, οὐκ ἀπίθανον τὴν βραχυλογίαν ἔχουσιν.

«Y al anunciar a Roma la rapidez y la velocidad de esta batalla  escribió a Matio, uno de sus amigos, tres palabras: «Llegué, ví, vencí». En latín las palabras, por terminar igual formando una figura de dicción, componen una braquilogía realmente notable.»

Plutarco, Vidas paralelas. César, 50.

Plutarco hace notar que en latín los tres verbos ueni, uidi, uici, son similidesinentes, mientras que (implícitamente) en griego, a diferencia del latín, el tercer aoristo, del tipo que llamamos débil o sigmático, aparte de romper la similidesinencia, tiene dos sílabas más. La figura, σχῆμα ῥήματος,   produce un notable efecto de concisión (braquilogia)

Por su parte, Suetonio, en la Vida de César, 37:

Pontico triumpho inter pompae fercula trium uerborum praetulit titulum VENI.VIDI.VICI non acta belli significantem sicut ceteris, sed celeriter confecti notam.

«En su triunfo Póntico, entre los demás objetos exhibidos en el desfile mostró un cartel con tres palabras LLEGUÉ, VI, VENCÍ, que no describía, como los demás, las acciones bélicas, sino la nota (observación crítica) de que esta había sido terminada rápidamente». (La traducción es mía)

No es extraño que la figura llamara la atención. Sin ánimo de exhaustividad exploremos en qué consisten algunas de sus virtudes:

  • Identidad de desinencia (similia desinentia)
  • Casi paronomasia de uidi-uici
  • Idéntico número de sílabas en los tres verbos, (isosilabismo)
  • Idéntico paradigma morfológico.
  • Asíndeton
  • Trimembración sintáctica
  • Clímax, pues el contenido del verbo final forma una especie de culminación semántica de las acciones anteriores
  • Relato dividido en tres partes, un número «favorito» de los folkloristas y los teóricos de la narración.

Llamo la atención sobre el hecho de que los dos, Plutarco y  Suetonio, se refieren tanto al carácter informativo del texto cesariano como a sus características estilísticas: concisión penetrante en el primero,  rápidez en Suetonio que se sigue no tanto de los hechos como de la forma tan expresiva en que fueron relatados. Tanto brachylogian como nota pertenecen al vocabulario de la poética y de la crítica literaria antiguas. Suetonio y Plutarco muestran, como cabe esperar en autores tan versados en cuestiones gramaticales y críticas, un evidente interés por las características literarias de la expresión más allá de su contenido. Suetonio, en diversas partes de su biografía de César, recoge el impacto que tuvieron entre sus contemporáneos los Comentarii. Por eso apenas hace falta recordar que el sintagma celeriter confecti en sus diversas variantes casuales es bien conocido en los escritos cesarianos. En cuanto a Plutarco, un ciudadano romano nacido en Grecia, que contribuyó como pocos a la formación de la cultura grecorromana, muestra siempre  un buen oído para las frases célebres, como suelen hacer los biógrafos, reseñando si estas fueron pronunciadas en griego o en latín. Por ejemplo, en el cap. 46 transmite las palabras pronunciadas por César al final de la batalla de Farsalia añadiendo que, según Polión, César las dijo en latín y que el propio Polión las había vertido al griego; sin embargo nada dice sobre la lengua en que pronunció alea iacta est, presumiblemente el griego ανερριφθώ κυβος, y que esta vez Polión trasladó al latín (Nisbet). Por eso no tiene nada de extraño que, en esa atención a las similitudes y diferencias de culturas y lenguas convergentes, Plutarco aclare al lector griego de su texto que el enunciado cesariano produce en latín efectos distintos que en su lengua por ser una figura de dicción intraducible. No podemos saber si el modo de  existencia de este enunciado fue siempre el de enunciado literario, (esto es, si se originó en un escrito), bien fuera en una relación leída ante el  senado (Apiano) o en el mencionado triunfo Póntico. Por sus cualidades estilísticas, cabe la duda razonable de que fueran palabras pronunciadas alguna vez ante un auditorio por el propio César, pero preferimos no especular sobre esto.

Conviene consignar  que el escritor César fue un practicante no sólo de la «deformación histórica», como se decía hace más de medio siglo, sino, en palabras más actuales, de la autopropaganda. En virtud de esa habilidad, ya desde la Antigüedad se ha intentado trasladar con bastante éxito la idea de que las características estilísticas de su latín ponían de manifiesto en prosa las mismas virtudes por las que había destacado como general, a saber, su decisión, su cualidad de ir directo al objetivo, su concisión, racionalidad, etc.

El lector actual debe adoptar múltiples precauciones para no mirar lo que nos cuenta César con su misma perspectiva. Pongamos un ejemplo,

Gall. IV 15 2-3: et cum (Germani) ad confluentem Mosae et Rheni pervenissent, reliqua fuga desperata, magno numero interfecto reliqui se in flumen praecipitaverunt atque ibi timore, lassitudine et vi fluminis oppressi perierunt. Nostri ad unum omnes incolumes perpaucis vulneratis ex tanti belli timore, cum hostium numerus capitum CCCCXXX milium fuisset se in castra receperunt.

Según este relato se nos transmite que

  • Los germanos, perseguidos por los romanos, llegan a la confluencia del Mosa y el Rhin, y al no poder cruzarlos, son muertos en gran cantidad (magno numero interfecto) por las tropas romanas.
  • Los demás se ahogan en el río.
  • De los nuestros (los romanos) no muere ni uno solo.
  • Los germanos eran unos 430. 000
  • César concede la libertad a los prisioneros que se habían rendido antes de la batalla.

Max Gallo, en una especie de biografía sobre César, César Imperator, Paris 2003,  escribe:

«Sólo quedan de los cuatrocientos treinta mil enemigos un puñado de prisioneros. ¡Que los dejen libres! Ya no representan nada. Los Usípetes y los Téncteros han dejado de existir.» (p. 272)

En resumen, César deja implícito lo que M. Gallo afirma expresamente: que el número de muertos se aproximaba a un total de 430.000. Por cierto, el número es exagerado.  ABC cultural (14-12-2015), en un artículo titulado La batalla perdida en la que las legiones de Julio César masacraron a 150.000 enemigos nos da noticias de que la contienda tuvo lugar en la actual Kessel, una región al sur de Brabante, y que el hecho resulta confirmado  por el «hallazgo de un gran número de restos óseos, espadas, puntas de lanza de la época, y un casco». Los restos eran conocidos desde hace tiempo, pero hubo que esperar a 2015 para demostrar su origen y fecha.

No se trata de hacer aquí una causa general contra el imperialismo romano ni de denigrar la figura de César (que ya en la propia Antigüedad sufrió ataques tan notables como el de Lucano). Se trata de llamar la atención sobre el hecho de que una manera de «blanquear» los actos perpetrados por César en la guerra es quedarse solamente con sus excelencias estilísticas sin percibir el trasfondo, los hechos que hay debajo. Es bien cierto que en la guerra antigua el vencedor tenía todos los derechos y el vencido ninguno y que eso era conocido y considerado natural  por todos los lectores de César, con la excepción de Catón, que aconsejaba que, por la atrocidad cometida con los germanos, el comandante en jefe fuera entregado al enemigo cargado de cadenas. También es cierto que ese ius belli, con la crueldad que comportaba, había sido practicado por todos los pueblos antiguos sin excepción alguna (Mary Beard). De manera que en esa revisión de símbolos históricos que se ha producido a raíz del asesinato de George Floyd, aún no proponemos que se derriben las estatuas de César como han hecho en Kentucky con la del general Andrew Jackson, notable entre otras cosas por una especie de «solución final», mediante la que trasladó al Oeste del Mississipi a todos los indios del Sur. Aunque resulte duro enfrentarse a la realidad de que la historia ha sido escenario de violentos enfrentamientos bélicos que tenían como resultado la esclavitud de los vencidos o la imposición de una clase sobre otra (para no hablar de un sexo sobre otro), una cosa es la revisión de la historia como objeto de estudio y de crítica y otra la militancia social o política que aconseja arremeter contra símbolos que puedan ayudar en la guerra del presente contra todo resto de la explotación del hombre y de la mujer,  por motivos de raza, sexo, religión etc.

Debemos operar una distinción de niveles. Un análisis histórico no puede emprenderse desde ideas jurídicas, políticas o morales de hoy en día, porque borraría la perspectiva de los propios participantes en los hechos, imponiendo exclusivamente la del intérprete actual,  y dejaría de realizar «la fusión de horizontes», por la que recuperamos también la versión de los propios participantes en el evento, como aconseja la hermenéutica clásica. Los hechos no siempre hablan por sí mismos, sino que hay que encuadrarlos en valores: los contemporáneos a la época en que ocurrieron o fueron realizados y los contemporáneos a la época del intérprete. Para no hablar de las valoraciones de épocas intermedias entre las antiguas y las actuales.

Aplicando esto a los textos resultaría que, si nos proponemos revisar todo el canon literario transmitido desde la Antigüedad, porque su contenido resulta rechazable, censurable o abominable para nuestra sensibilidad actual política o moral, deberíamos empezar con el texto canónico por excelencia, un texto que para muchos millones de personas es la transcripción de la palabra de Dios. Nuestra «sensiblidad contemporánea» muestra así su falta de unanimidad. Por lo que a mí respecta, me parece más urgente acabar con las injusticias del presente que reescribir (o resignificar) la historia del pasado. La nueva iconoclastia, como la damnatio memoriae, se entrega a prácticas hasta cierto punto mágicas, pretendiendo abolir en efigie a los causantes de desastres históricos reales. Con ello privamos a la historia, magistra uitae, de su facultad para ponernos ante un espejo que nos devuelve nuestro incómodo reflejo como seres humanos. Decía Borges  que con que una sola línea de la Historia Universal se alterara, toda la Historia Universal resultaría cambiada.

José Carlos Fernández Corte

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