Muy probablemente en sus vidas se habrán cruzado con más de un Adonis, en pintura, en escultura o de carne y hueso…
Prototipo de la belleza masculina, su nombre forma parte del acervo popular. “Ni que fuera un Adonis” he oído yo en el pueblecito del que proceden mis padres en boca de quienes tuvieron que abandonar la escuela mucho más pronto de lo que hubieran deseado, pero atesoran en su habla la riquísima herencia de pasadas generaciones.
“Un Adonis”. Éste que visita mi tierra natal es bellísimo. Antonio Corradini (1688-1752), el veneciano que lo esculpió, supo dotarlo de la exquisitez que uno imagina para el héroe-dios. El mármol se hace carne, su lisura, su brillo, el tacto que se funde a la vista es tal que una querría acariciarlo, abrazarle, mecerle dulcemente. Las facciones de su rostro, la ligereza del cuerpo, la tersura de la piel, la mano delicada, el tahalí que cruza el pecho, el carcaj a la espalda, el perro que asoma entre los pliegues de la túnica que suavemente arropa los pies… ¿Cómo describirlo?
La hermosura que desprende trasciende toda erudición y estudio. Ocurre como con su nombre. Poco importa que se sepa de sus antecedentes orientales, de sus amoríos griegos, de la caza del jabalí, de su muerte, de su resurrección anual, de las fiestas en que se plañía y se plantaban efímeros jardincillos en su honor.
Es más, la razón por la que este Adonis honra la ciudad del Pisuerga es muy otra. Diríase que ha venido en pos de la fama de su Semana Santa. Ocupa en el Museo de Escultura el lugar reservado para el Cristo yacente de Gregorio Fernández que habita bajo sus muros. Éste ha viajado a Nueva York y en su lugar el Metropolitan Museum ha enviado la obra de Corrradini. Y como el Colegio de San Gregorio cautiva, se queda todo abril y todo mayo, festejado con visitas, conferencias, un taller y una película.
Cualquiera que haya tenido la fortuna de contemplar uno de los Cristos yacentes del gran imaginero, vallisoletano de adopción, ante este Adonis podrá evocar similitudes y diferencias. Otro tanto harán allá por las Américas en sentido contrario.
¿Irreverencia? Diálogo, diría yo. Fascinante y antiquísimo porque sus raíces tienen más de tres milenios. Adon, ‘Señor’, es vocablo que la Biblia usa para el Innombrable. Sus textos atestiguan el lamento ritual de las mujeres en honor de Tammuz (otra forma semítica del nombre), mientras en suelo griego el primer testimonio lo proporciona Safo. El emperador Constantino ordena clausurar el templo de Adonis que se erguía en Jerusalén peligrosamente cerca de la tumba del Nazareno. Los Padres de la Iglesia aún en los siglos IV y V d.C. claman por el desafuero que supone el culto a Adonis y Afrodita cabe la gruta de Belén.
Por cierto que Antonio Corradini no esculpió al joven solo, sino con Venus, pero la diosa se ha perdido. ¿Dónde habrá ido a enjugar su llanto? “¡Golpeaos el pecho, muchachas, desgarraos las túnicas!
Lean (se ha escrito tanto… ), indaguen, pregúntense. Tal es mi invitación.
Y después, si pueden, olvídense de todo. Contemplen al bello Adonis y busquen al maravilloso, impresionante Cristo yacente. Pero además tengan bien presente el Sepulcro Vacío que pasea por las calles vallisoletanas la mañana del Domingo de Resurrección. ¡Feliz Pascua!
Henar Velasco López

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