Documental sobre Nebrija filmado en Salamanca

Transcribimos el texto de la noticia publicada en LA Gaceta de Salamanca el 23 de octubre de 2021:

Salamanca acogió el pasado fin de semana el rodaje de “Elio”, el documental sobre Nebrija, el humanista autor de la gramática en lengua castellana publicada en 1492 en la ciudad del Tormes. En 2022 se celebrará el V Centenario de su muerte.

“Elio”, producido por Grupo ADM y Lateral Producciones, cuenta con localizaciones en el casco histórico en la Casa Lis, el Parque Elio Antonio de Nebrija y el edificio Histórico de la Universidad de Salamanca. El trabajo está presentado por el rapero Haze (Sergio López Sanz), que ha entrevistado a la latinista Carmen Codoñer y al catedrático José Gómez Asencio.

El guion narra la vida de Elio Antonio de Nebrija, historiador, pedagogo, gramático, traductor, exégeta, docente, catedrático, filólogo, lingüista, lexicógrafo, impresor, editor, escritor, poeta y cronista real. Fue testigo directo de una de las épocas más importantes de la historia, pero sin embargo la historia y la obra del lebrijano todavía es una gran desconocida. De la mano del famoso rapero Haze, “Elio” viaja por los diferentes lugares que marcaron la vida de Nebrija y le ayudaron a entender la importancia de publicar su gramática, un gran descubrimiento de 1492.

El documental está dirigido por Fernando Ruso y Pepe Barahona. Se emitirá en La 1 de TVE, en Canal Sur en 2022 y también llegará a las plataformas de entretenimiento. “Contar con Haze”, comenta Barahona, “ha sido todo un acierto. Tenemos esa dualidad del rapero filólogo que sabe traducir el lenguaje académico a pie de calle.

Pretendemos que no sea un documental de las elites para las elites, sino que llegue al público joven, que necesita conocer la historia de nuestra lengua para amarla, y con Haze ese objetivo se ha cumplido. Es muy voluntarioso, una persona empática que da mucho juego durante el rodaje y lo está haciendo todo muy fácil”.

“Elio” nace con el objetivo de poner en valor la aportación de Nebrija a la historia de la lengua castellana. Sobre todo, difundir su gesta entre los más jóvenes. A modo de “road movie”, la película viaja desde Lebrija, lugar de su nacimiento de Nebrija, a Alcalá de Henares, donde murió.

“Salamanca es cita obligada porque Nebrija vivió aquí muchos años y tuvo una relación de amor-odio con la ciudad. También Extremadura, donde estuvo itinerando con la corte del humanista Juan Zúñiga. Y Bolonia, donde pasó cinco años en los que Nebrija dejó de ser el bachiller que vino a Salamanca para convertirse en el gran humanista que recuerda la historia”, afirma Barahona.

“Nuestro propósito”, afirma el codirector de “Elio”, “es ir con los tiempos actuales en un documental frenético en el que no contemos la vida de Nebrija de pe a pa, sino que seamos capaces de enganchar al público para que después profundice por su cuenta con manuales como el de Pedro Martín Baños”.

Una antigua historia de fantasmas

Irving Finkel es una de mis personas favoritas. Especialista en escritura cuneiforme, así como en algunas de las lenguas que la habitaron, principalmente sumerio y acadio, Finkel se desempeña como conservador del Departamento de Oriente Medio en el Museo Británico con excelente competencia y humor, tal y como algunos de los vídeos del Curator’s Corner dejan entrever. En unas semanas, y casi coincidiendo con Halloween, emergerá un nuevo libro de Finkel, The first ghosts, ocasión que, por suerte, The Guardian aprovecha para hablar con el autor. Esta misma tarde Finkel, acompañado por Bettany Hughes, presentará el libro en un acto que podrá seguirse por Zoom y YouTube. Ya antes, en una charla previa, había anunciado alguno de los temas del libro.

La “creación” de un fantasma en la cultura mesopotámica está fuertemente ligada con las tradiciones antropogónicas, como se aprecia en un fragmento del Atra-Ḫasīs, una de las obras épicas más relevantes transmitidas en acadio. En ella, la humanidad es creada por Nintu mezclando con arcilla la sangre y carne de un dios, We-Ilu. La divinidad de la carne confiere un “espíritu” (eṭemmu), presente en las personas mientras estas viven. El mismo término eṭemmu es la forma más habitual de nombrar en acadio a los fantasmas, a menudo con el sumerograma GIDIN (𒄇). Así, tras la muerte, uno de los formantes humanos se desprendería y, en el mejor de los casos, se desplazaría amablemente al Inframundo para no volver. Quizá esta vinculación entre los fantasmas y los ingredientes de las personas explique una peculiaridad de la escritura de GIDIN, o al menos así piensa Finkel. El sumerograma GIDIN es una unión compleja de varios símbolos. La parte final (colores verde y naranja) parece una amalgama de dos signos que pueden interpretarse como IŠ (𒅖, en verde) y TAR (𒋻, en naranja), una forma de escribir ištar ‘diosa’, aunque sigue siendo algo especulativo. Lo realmente interesante es que la parte coloreada en azul es el modo de escribir una fracción, 1/3 (𒑚), lo que invitaría a pensar que en algún momento la forma de escribir GIDIN dio a entender que el fantasma era algo así como “un tercio de divinidad”, lo que corresponde bien con la idea de que la humanidad estaba formada a partir de sangre (1/3), carne (1/3) y espíritu (1/3). Más curioso todavía, existe una forma UDUG, que se lee en acadio como utukku, y que designa alguna suerte de demonio. La escritura de UDUG es muy parecida a la de GIDIN, con la particularidad de que, en lugar de encontrar en la primera parte 1/3, hallamos el modo de notar la fracción de 2/3 (𒑛). Siguiendo la interpretación de Finkel, la escritura revelaría que en la mentalidad mesopotámica los seres designados por UDUG estarían compuestos por dos partes de divinidad.

GIDIM y UDUG a partir de la interpretación de I. Finkel en The ark before Noah (2014)

De acuerdo con la información de la noticia, hemos de esperar que en el libro que está a punto de salir ocupe un lugar destacado una de las piezas del British, la tablilla catalogada como BM 47817. En ella se describe ⸺e ilustra⸺ un ritual para exorcizar al molesto fantasma que perturbe la tranquilidad doméstica: se han de crear dos efigies, una masculina, que represente al huésped dudoso, y otra femenina, que funja como su amante, de modo que lo apacigüe y lo aleje del mundo de los vivos.

BM 47817

No será la primera vez que Finkel se ocupe de este fantasma. En un apéndice de su libro The ark before Noah (2014) ya aparecía una imagen de la tablilla, aunque parece que su interpretación entonces era ligeramente distinta a la actual, de acuerdo de nuevo con el texto de The Guardian. Entonces, como en este vídeo que sigue valiendo la pena ver siquiera por la cita de Tom Lehrer, parecía pensar que era la figura femenina el fantasma problemático mientras que la masculina, a la izquierda, era parte de la solución («a model of a lithe ⸺bearded, of course⸺, energetic, and sexy lover»).

El que la creencia en fantasmas fuese la norma entre las culturas mesopotámicas no implica que su manifestación fuera menos inconveniente. Al contrario, esta cotidianeidad de los espectros no se ceñía a las apariciones, sino que incidía, de acuerdo con la opinión extendida, en la salud de los vivos. De hecho, una de las expresiones frecuentes en los tratamientos médico-mágicos es ŠU.GIDIM.MA en sumerio o qāt eṭemmi en acadio (‘mano de fantasma’), un término que cubre un amplísimo número de síntomas físicos causados por los espectros: cualquier dolor (pero especialmente en la cabeza, el cuello, los oídos o en una sola parte del cuerpo cuando son simétricas), problemas intestinales, fiebre, enfermedades mentales y neurológicas…

Más allá de los textos técnicos, la literatura mesopotámica cuenta con una de las primeras historias de fantasmas. Copiada por la escuela de escribas de Nippur al comienzo del II mil. aec., Gilgaméš, Enkidu y el Inframundo ­(en su título moderno más frecuente) es la composición sumeria más larga que se ha conservado sobre el rey de Uruk; posteriormente sería traducida al acadio, constituyendo la tablilla XII de la “versión estándar”. En el relato sumerio, Gilgaméš, tras haber talado un árbol mítico para la diosa Inanna, se fabrica con la madera sobrante dos objetos que se suelen entender como una bola y una maza, solo para perderlos después, caídos en el Inframundo. Ante lo desconsolado de su llanto, su amante Enkidu decide bajar al Inframundo para recuperar los objetos. Gilgaméš le insiste en que ha de pasar desapercibido y no tener contacto con los difuntos si desea volver, pero Enkidu hace caso omiso y queda atrapado como un muerto más. Los ruegos de Gilgaméš a los dioses permiten a Enkidu aparecerse de nuevo ante su amante. En la espléndida traducción castellana de Joaquín Sanmartín, la versión acadia dice:

El héroe valiente Šamaš […,] hijo de Nergal,
            abrió una rendija en el Submundo:
al fantasma de Enkidu, como un soplo,
            lo subió del Submundo.
Se abrazaron y se besaron el uno al otro;
se pusieron a dialogar haciéndose preguntas:
⸺ «¡Cuéntame, amigo mío,
            cuéntame, amigo mío!
¡Cuéntame de los usos del Submundo que has visto!».
⸺ «¡No voy a contarte nada, amigo mío;
            no voy a contarte nada!
¡Si te cuento los usos del Submundo que he visto
            te vas a sentar llorando!».
⸺ «¡Pues me sentaré y lloraré!».
⸺ «Amigo mío, el falo que acariciabas
            y se te alegraba el corazón,
[…] como un vestido viejo
            se lo comen las larvas;
            las nalgas que acariciabas
            y se te alegraba el corazón,
como una grieta en el suelo
            están llenas de polvo».
⸺ «¡Ay!» ⸺exclamó el señor⸺
            y se tiró por tierra.
⸺ «¡Ay!» ⸺exclamó Gilgaméš⸺
            y se tiró por tierra.

Sin duda, pasajes como este encontrarán su sitio en The first ghost, pero no hace falta esperar hasta el año que viene para que Finkel aporte el tono propicio para pasar este Halloween: podemos disfrutar de su indignación con el tratamiento cinematográfico de Pazuzu, aceptar su invitación a practicar la nigromancia en casa o averiguar cómo su reproducción del ajedrez de Lewis acabó en las películas de Harry Potter.

Diego Corral Varela

Nuevo libro de Mary Beard

Mary Beard se ha convertido en un fenómeno editorial que raras veces suele darse en el caso de una autora o autor de Filología clásica, especialmente cuando se trata de una figura de primera línea en la disciplina, catedrática en la Universidad de Cambridge. Más allá del hecho indudable de que está en todas las salsas y de que sin duda esto le proporciona pingües beneficios, algo que generalmente despierta recelos, cuando no envidia, lo cierto es que es un fenómeno indiscutible y tiene el mérito de arrojar una mirada moderna sobre el mundo antiguo. Probablemente es la persona que más está haciendo por la difusión y valoración de los estudios clásicos en el momento actual.

Bien, pues Mary saca nuevo libro, evidentemente con miras a la época de regalos que se avecina: Doce Césares. La representación del poder desde el mundo antiguo hasta la actualidad (Crítica). Es un libro de formato grande, con papel grueso y abundantes fotos en color.

A la espera de ofreceros más información sobre él, os dejamos el enlace a la entrevista de Álex Vicente para El País (24/10/2021):

Mary Beard: “En el corazón de la monarquía hay un vacío enorme”

Mary Beard (Much Wenlock, Reino Unido, 66 años), la profesora de Clásicas que terminó convertida en estrella del rock —los griegos lo llamaron oxímoron, “ingeniosa alianza de términos contradictorios”—, se hizo conocida por prestar atención, en insospechados superventas como SPQR, Pompeya o Mujeres y poder, a sujetos ignorados por la mayoría de los especialistas, como las mujeres, los esclavos y otros ciudadanos de tercera. En su nuevo ensayo histórico, Doce césares (Crítica), Beard se centra en el lado opuesto de ese espectro: en la imagen absoluta del poder que reflejaron los emperadores romanos, perpetuada durante siglos por la pintura, la escultura, la fotografía y el cine, y todavía vigente en la actualidad.

“Cuando vemos un busto romano en un museo, pasamos de largo. Es una imagen banal y hasta aburrida. Mi objetivo ha sido recordar por qué esas estatuas tienen interés”, responde Beard en su casa, un edificio victoriano desbordante de libros en Cambridge (Reino Unido), donde da clases en el Newham College desde hace cuatro décadas. Su marido, historiador especialista en arte bizantino, trabaja silenciosamente en un despacho de la primera planta, mientras que Beard hace justicia, en un sótano con vistas al jardín, a su fama de estajanovista: en un solo día, asegura haber grabado un podcast, preparado una conferencia para un museo de Boston, concedido varias entrevistas y escrito un capítulo de su nuevo libro, que volverá a hablar de los emperadores. “Se requiere disciplina”, afirma Beard, que calza las mismas zapatillas coloristas que fascinaron a Hillary Clinton en su reciente entrevista para la BBC. “Mis deportivas de abuela”, se carcajea Beard. Vistas de cerca, uno se da cuenta de que son de Gucci.

La historiadora es una dame que suelta tacos y suele descorchar la primera botella de vino hacia las cinco de la tarde. Estamos en tiempo de descuento, pero prefiere servirse un sorprendente latte macchiato (por prejuicio british, le hubiera pegado más un té negro con leche). En su despacho hay tres bustos: Vitelio, uno de los héroes de su nuevo libro “pese a ser una mierda absoluta de persona”; Augusto, una copia comprada “por 20 libras en una subasta”, y Safo. “Está bien tener cerca a una mujer, y además lesbiana. Aunque quién sabe cuál fue la sexualidad de los otros dos. Seguro que los tres eran queer…”. Esos bustos de tiempos lejanos, como recuerda en el libro, fijarán la definición del poder en la cultura occidental. Durante siglos, los ricos y poderosos se han representado a sí mismos siguiendo el patrón de esos 12 soberanos que dan título a su nuevo ensayo, inspirándose en la cruel solemnidad de Julio César o de Domiciano, aunque a veces hayan acabado tan mal como Nerón, tocando la lira en la más absoluta soledad, con Roma ardiendo en segundo plano.“Ya no vestimos a nuestros líderes con toga, como sucedía en los retratos anteriores al siglo XIX, pero algo queda. Todas las representaciones del poder fueron inventadas por Roma”

Beard recorre los últimos 2.000 años de historia, de la república romana al lodazal de la política británica actual, examinando cientos de obras de arte y relatando otras tantas anécdotas históricas que le permiten descubrir que la representación del poder surgida en Roma sigue sin tener rival en nuestro tiempo. “Ya no vestimos a nuestros líderes con toga, como sucedía en los retratos anteriores al siglo XIX, pero algo queda. Todas las representaciones del poder fueron inventadas por Roma”, sostiene. “Si vemos perfiles de reyes en las monedas que llevamos en el bolsillo es por Julio César, que fue quien tuvo la idea”. En el libro la define como “la primera industria de producción masiva”: la efigie de los emperadores se reprodujo, muchos siglos antes de la aparición del merchandising, en pinturas, estatuas, joyas y bajorrelieves.

La autora observa el mismo retraimiento sobreactuado de los césares en las apoteósicas investiduras estadounidenses o en el paseíllo solitario que se marcó Macron en el Louvre tras ganar las elecciones en 2017, un ejemplo de manual de cesarismo con Napoleón como médium. Sin ir más lejos, el líder que tiene más cerca de casa posee un busto de Pericles en su despacho en Downing Street. “Boris Johnson estudió Clásicas y es un apasionado del mundo griego, aunque le pegaría más ser un personaje romano. Pero no le diré cuál, porque me parece un ejercicio periodístico un poco fácil…”, protesta educadamente. Ya ha perdido la cuenta de las veces que, en los últimos años, le pidieron que comparase a Trump con Calígula. “Encima, yo veía más a Heliogábalo”, dice sobre el emperador que se abandonó a los placeres más groseros y llegó a asfixiar, según reza la leyenda, a sus invitados con una masa incontable de pétalos de rosa. “Heliogábalo nos recuerda que la generosidad de los poderosos siempre es peligrosa. Nunca hay que olvidar eso”, advierte.

En el libro, Beard subraya otra paradoja: la admiración y la fama de la que se siguen beneficiando personajes históricos que, en su gran mayoría, fueron dictadores y terminaron siendo asesinados. “Nos encanta su reputación como autócratas corruptos, que nos parece más interesante que la idea de una dinastía feliz y bien avenida que murió plácidamente en la cama”, sonríe. “Pero, en realidad, un busto también puede ser visto como una decapitación, como un presagio del final que muchos tuvieron”.

Al observar el mundo actual, Beard ve mucho más Roma que Grecia. “Y no me importa que sea así. No quiero criticar a Grecia, porque el mundo sería un lugar mucho peor sin los escritos de Platón. Pero Atenas era un pueblo, una pequeña ciudad universitaria. Roma, en cambio, fue una cultura global que se enfrentó a problemas como el urbanismo, el multiculturalismo y la explotación, temas que hoy están en nuestra agenda”, responde. Aun así, se niega a buscar respuestas a esos asuntos en el mundo clásico, como ya ha expuesto otras veces. “En realidad, nosotros tenemos mejores respuestas que ellos. Cuando me preguntan si preferiría vivir en Roma o en Grecia, siempre respondo que en ninguno de los dos sitios. Además, hay una tendencia a elevar esas dos culturas por encima de todo el resto, tal vez por una cuestión de ignorancia”, apunta Beard, que insta a recordar también el papel del islam y de otras civilizaciones no europeas.

Cuando escribe, Beard es mitad Tácito, el cerebral historiador de las épocas flavia y antonina, y mitad Suetonio, el biógrafo durante los reinados de Trajano y Adriano conocido por su agilidad narrativa y su afición por la anécdota jocosa, cuya Vida de los doce césares ha inspirado este volumen. “Me parece un escritor infravalorado”, afirma la autora. “Ha sido tratado como un mero cotilla frente a Tácito, el disector analítico y cínico del poder. Pero cuanto más leo a Suetonio, mejor observador me parece. Por ejemplo, me gusta cómo describe un momento inmediatamente anterior al suicidio de Nerón. El emperador llama a sus sirvientes, pero no acude nadie. Ahí se da cuenta de que el juego ha terminado”, relata Beard.

Siguiendo su ejemplo, al investigar para este ensayo, inspirado en una serie de conferencias que dio en Washington en 2011, logró inspeccionar otros puntos ciegos a partir de un surtido anecdotario. Por ejemplo, comprendió mejor la condición solitaria del gobernante. “Soy una republicana convencida, pero ahora entiendo mejor a los reyes. ¿Cómo pueden creer en su excepcionalidad cuando, en el fondo, son seres corrientes, cobardes y llenos de defectos? Entendí que su primera misión nunca es hacer que los otros crean en su poder, sino empezar por creérselo ellos mismos”, asegura Beard. Entre otras cosas, para eso servían las estatuas: para impresionar a los súbditos, pero también para que los poderosos vieran en ellas el reflejo embellecedor de sus personajes públicos. A Beard le recuerda a Lady Di, que solía empezar el día, según los tabloides de la época, pasando revista a las fotos de sí misma que publicaban los periódicos. “Se interpretó como una forma de vanidad, y lo era. Pero en su gesto veo un problema parecido al de los emperadores que erigían estatuas en su honor: necesitaba ese reflejo para poder creer en su personaje público”, sostiene Beard. “En el corazón de la monarquía hay un vacío enorme, mucho mayor de lo que podamos imaginar”.

La propia autora se ha convertido en un personaje público, algo que nunca sospechó cuando era una niña que crecía en un apacible pueblo de Shropshire, condado de las Midlands limítrofe con Gales, durante una infancia que recuerda como “una fantasía rústica, excepto porque no teníamos retrete dentro de casa”. Hoy es la especialista más leída, premiada y aclamada, imparte concurridos seminarios y cuenta con un programa semanal en la BBC y una columna en el London Review of Books. ¿Siente que ella también ha conquistado algo parecido al poder? “No lo sé, pero espero no acabar como Lady Di. Si tengo poder, es solo un poder cultural, que suele ser muy fácil de repudiar”, descarta. La historiadora tiene 300.000 seguidores en Twitter, red social en la que ha tenido derecho a una dosis considerable de críticas e insultos que ella sabe rebatir con buenos modales. Cuando un joven británico la tildó de “vieja zorra asquerosa”, Beard acabó almorzando con él. Al final de la comida, el chico le pidió perdón. “Supongo que viene del hecho de ser profesora universitaria. Cuando un alumno te dice una estupidez, no te pones a gritar, tratas de contestarle con educación. Si puedo lograr que los debates en Twitter sean un poco más sanos y matizados, estaré satisfecha”, afirma. Admite que hay días en que no lo consigue. “Y esos días apago el ordenador”.

Beard se jubilará el año que viene después de más de 40 años en la universidad. “Es hora de dejar sitio. El mundo académico es poco acogedor para quienes vienen de abajo. Los de mi edad debemos apartarnos para dejarles sitio”, responde. “Cuando tienes una pensión decente y ya has pagado tu hipoteca, da una oportunidad a otros. Luego quéjate sobre lo mal que lo hacen, pero no te aposentes en el poder”. La universidad ha cambiado mucho desde los setenta, cuando ella llegó a Cambridge. “Entonces había un 12% de mujeres. Los hombres eran casi todos blancos y pijos. Como en la Atenas del siglo V, ¡qué fácil es la libertad de expresión cuando todo el mundo es igual que tú!”, ironiza.

No ve problema Beard en las resistencias que sus estudiantes expresan respecto a algunos textos clásicos, como las Metamorfosis de Ovidio, que algunos preferirían no leer por el grafismo de sus violaciones. “Yo digo que hay que leerlo para entender la violencia masculina, pero puedo entenderlos. Los estudiantes levantan la voz igual que lo hacíamos nosotros con otros temas. Seríamos una universidad lamentable si los jóvenes aceptaran sin rechistar lo que les damos. Su trabajo es desafiarnos, aunque, de vez en cuando, también podrían escuchar… En cualquier caso, no voy a dar clases con miedo a ser cancelada. Es un debate exagerado por los medios y por personas que no entienden que la universidad ha cambiado para bien”.

En la Universidad de Brown, miembro de la selecta Ivy League estadounidense, un colectivo de estudiantes exigió en 2020 que se retiraran del campus dos estatuas de emperadores romanos, César Augusto y Marco Aurelio, al considerarlos “supremacistas blancos”. “Si lo que salió en la prensa es verdad, necesitan una buena clase de historia”, bromea Beard, aunque desconfía del sensacionalismo de los medios con este asunto. En cualquier caso, no cree que todas las estatuas deban caer. “Algunas celebran un poder injusto, pero no todas. Siempre pienso en la estatua de Carlos I en Trafalgar Square, el monarca que observa el lugar donde fue ejecutado. No está ahí para que lo celebremos, sino para recordar que, a veces, hay que matar por el progreso. Estatuas como esa nos recuerdan que, para obtener la democracia, tuvimos que acabar con ese tipo”.

Susana González Marín

Astérix tras las huellas del grifo

Como no podemos resistirnos a recordar aquellos felices y lejanos momentos en los que disfrutábamos con La cizaña, con Astérix y Cleopatra o con tantos otros títulos, a pesar de la decadente trayectoria de la serie, hemos comprado y leído el último Astérix, Astérix tras las huellas del grifo, que ha llegado a las librerías el 21 de octubre.

En este volumen la trama comienza in medias res: encontramos a Panoramix, Astérix, Obélix e Ideafix en un paisaje nevado y un tanto hostil. Pronto sabremos que han acudido a ayudar a un chamán amigo de nuestro druida en el territorio de los Sármatas: la sobrina del chamán ha sido secuestrada por los romanos para que les ayude a encontrar un grifo, un animal exótico, que Julio César quiere mostrar al pueblo romano como parte de su estrategia propagandística. (No contamos más para omitir spoilers)

En general la trama está bien fundamentada. Las antiguas expediciones romanas tuvieon muchos propósitos relacionados con la expansión del pueblo romano, y además de los motivos obvios de tipo militar y económico, también se aprovecharon para la importación de productos y especies exóticas, cuya exhibicion en Roma trasladaba al pueblo la imagen de la grandeza del imperio. Preisamente el asunto da pie en el álbum a uno de los chistes más graciosos sobre la captura de una jirafa.

Por otra parte, los grifos eran animales conocidos en la antigüedad y abundantemente representados. Su consideración como guardianes del oro, que abundaba en las zonas que habitaban, otro elemento básico en la aventura, está testimoniado también en autores antiguos.

Dice Heródoto en 3.116 que «es indudable que en el norte de Europa es donde hay una mayor abundancia de oro. Ahora bien, tampoco puedo precisar a ciencia cierta cómo se consigue, únicamente que, según cuentan, los arimaspos, unos individuos que sólo tienen un ojo, se apoderan de él, robándoselo a los grifos»; y en 4.13: «Por su parte, Aristeas de Proconeso, hijo de Caistrobio, cuenta en un poema épico que, víctima de la posesión de Febo, llegó hasta los isedones; que más allá de los isedones habitan los arimaspos, unos individuos que sólo tienen un ojo; que más allá de estos últimos se encuentran los grifos, los guardianes del oro» (Trad. Carlos Schrader). Este Aristeas de Proconeso, del siglo VII a. C., cuya capacidad para desaparecer y aparecer (según el propio Heródoto) le convierte en un personaje peculiar, parece inspirar en el álbum la figura de «Acopios de Colágeno», el explorador griego cuyos textos el geógrafo romano Terrignotus toma como guía en su expedición.

Además de la mención de Heródoto, en el siglo V a. C. Ctesias (Indica 26) ofrece una descripción de los grifos: son pájaros de cuatro patas, parecidas a la de un león, del tamaño de un lobo, de plumaje negro salvo en el pecho, que es de color rojo; impiden que los buscadores puedan llevarse el oro tan abundante en la región que habitan. Plinio el Viejo añade algún detalle en Historia Natural 10. 136: «Considero animales fabulosos a los pegasos, seres alados con cabeza de caballo, y a los grifos, con orejas y pico ganchudo; aquellos se encuentran en Escitia, estos en Etiopía» (Trad. Isabel Gómez Santamaría). Pausanias (24. 5-6) completa la descripción: «Estos grifos, dice Aristeas de Proconeso en sus versos, que lucharon por el oro con los arimaspos de más allá de los isedones; y que el oro que guardan los grifos nace de la tierra. Los arimaspos son todos hombres de un solo ojo desde su nacimiento, y los grifos unos animales parecidos a leones con alas y pico de águila» (Trad. Mª Cruz Herrero Ingelmo). Las menciones son abundantes y el propio Virgilio se refiere a ellos en su Égloga 8, 27-8: «Se ayuntarán a las yeguas los grifos y, a rueda de tiempo,/ espantadizos los gamos vendrán a beber con los perros (Trad. Juan Manuel Rodríguez Tobal).

En la antigüedad tardía y la Edad Media el grifo siguió siendo un animal frecuente en textos y representaciones artísticas.

Prescindiendo de la base utilizada para la historia, lamentamos que esta nueva aventura no consiga alcanzar el nivel de las antiguas. No es solo que los chistes no tengan demasiada gracia o que quizá el público español no capte la broma de dibujar a Terrignotus con los rasgos de Michel Houellebecq, es que uno de los atractivos fundamentales de la serie -el poblado galo y sus habitantes, que tan humanos y entrañables nos resultan- está completamente ausente, solo se mantiene la tradicional cena de cierre. El único que aparece, además de los dos héroes, es Panoramix en un papel prescindible. Y aunque el poblado de los Sármatas resulta un reflejo del de los galos (con la salvedad de que allí son las mujeres las que desempeñan el oficio de la guerra), sin embargo no logra compensar la ausencia de Asuranceturix, Abraracurcix, Ordenalfabetix o Esautomatix. Por primera vez tampoco la poción es el recurso fundamental y Astérix lucha sin problemas a pesar de no disponer de ella. También echamos de menos a los pobres piratas, que en este volumen hacen un cameo forzado.

No queremos desanimar a nadie, pero Astérix ya no es lo que era.

Susana González Marín

Creso: ¿feliz desdichado o infeliz con suerte?

La Historia de Heródoto de Halicarnaso está compuesta por nueve libros, cada uno titulado con el nombre de una Musa. El primero, Clío, está vertebrado alrededor de dos grandes lógoi o relatos: el lidio y el persa. El principal protagonista del primer lógos, que ocupa los párrafos 6-94, es sin lugar a dudas Creso, rey de los lidios.

Creso fue el cuarto rey de la dinastía de los Mérmnadas que reinó sobre el pueblo lidio. Su reinado ya desde un principio estuvo condenado al fracaso. Esto se debía a que años antes su bisabuelo, Giges, había asesinado al rey legítimo de Lidia, el rey Candaules. Candaules pecó de hybris al enseñar a Giges el precioso cuerpo desnudo de su esposa. La reina al descubrir a Giges observándola detrás de la puerta le dio a este dos opciones: o bien mataba a Candaules, se casaba con ella y se apoderaba del reino de los lidios o bien él mismo moriría asesinado. Giges eligió conservar su vida. Y así llegaron los Mérmnadas al poder. Sin embargo, la Pitia vaticinó que este acto no quedaría impune, y que la venganza recaería sobre el cuarto descendiente de Giges.  Y así dice Heródoto: “De este vaticinio los lidios y sus reyes no hicieron caso alguno, hasta que, a la postre, sucedió” (Hdt. I, 13)

El principio del reinado de Creso estuvo marcado por las campañas militares contra los griegos de Asia Menor. Finalmente consiguió conquistar a cada uno de estos pueblos y someterlos a tributo, por lo que se convirtió en un rico monarca. Cuenta Heródoto que durante esta etapa de prosperidad tanto económica como política para el imperio lidio, Creso fue visitado por Solón, el reformador político ateniense considerado uno de los Siete Sabios. Creso alojó al sabio como un importante huésped en su corte. Un día el rey se entrevistó con Solón y le preguntó quién era la persona más feliz que había conocido. Lógicamente, el rey esperaba que la respuesta de Solón fuera él mismo. No obstante, Solón le respondió que la persona más feliz que había conocido era un ateniense llamado Telo que había dado muchos hijos a Atenas y, además, había muerto gloriosamente por la polis ya a una edad avanzada en el campo de batalla contra Eleusis. Las siguientes personas a las que Solón consideraba más felices (los hermanos Cléobis y Bitón) tampoco fueron Creso. Esto causó el enfado del monarca, que preguntó a Solón por qué infravaloraba su felicidad. Solón le respondió que si bien él era un rey sumamente rico y con muchos súbditos, no era eso lo importante, puesto que la vida del ser humano es larga y no importa tanto que en un momento de la vida se sea afortunado cuanto que se acabe la vida de manera afortunada. Creso despachó a Solón pensando que solo decía sandeces. (Tal vez algunos de mis compañeros recuerden este pasaje, porque fue uno de los textos propuestos por la profesora Henar Velasco para ilustrar el concepto de bella muerte.)

El siguiente pasaje que cuenta Heródoto sobre la vida de Creso nos anuncia que el rey que creía ser el más feliz de la tierra era simplemente un desdichado. Creso soñó una noche que el que iba a ser su heredero en el trono, su hijo Atis (pues el hermano de Atis era sordomudo y no valía para el cargo), iba a ser asesinado por una lanza. Al despertar de ese sueño premonitorio, Creso decidió apartar a Atis de toda actividad bélica, además de quitar todas las armas decorativas del palacio, no fuera a ser que se le cayera una encima. Al tiempo apareció en el Olimpo de Misia un gran jabalí que arrasaba con todos los campos que se encontraba a su paso. Entonces los súbditos de aquella zona acudieron al rey para que solucionara el problema. El rey decidió enviar un grupo a cazar al jabalí. Su hijo Atis se ofreció como voluntario, pero Creso no le permitía ir. Atis insistió y pidió explicaciones a su padre y este, finalmente, le contó el sueño que había tenido. Atis entonces dio las gracias a su padre por cuidar de él, pero le dijo que ir a cazar al jabalí no era ir a la guerra, por lo que era imposible que muriese por una lanza. El rey le dio la razón a su hijo y lo dejó ir. No volvió a verlo. Atis murió sin querer por una lanzada de unos de los sirvientes que intentaban matar al jabalí y al que Creso había mandado expresamente para que protegiera a su hijo. Creso aprendió la lección: el destino es inevitable.

A pesar de la pérdida de su hijo, Creso seguía considerando que se encontraba en el punto álgido de su mandato. Envió, pues, a diferentes oráculos de Grecia la petición de que adivinaran cuál sería su fortuna si atacaba a los persas. El oráculo de Delfos le respondió que caería un gran imperio. Lo que Creso no sabía era que iba a ser el suyo. Creso reunió a su ejército y a sus aliados lacedemonios y se lanzó al ataque contra los persas. Los persas se enfrentaron al lidio invasor en la batalla de Pteria, en la que ambos bandos sufrieron un gran número de bajas. Ante esa situación Creso se retiró a Sardes, la capital de Lidia. Fue en ese instante cuando Ciro, rey de los persas, aprovechó para reagrupar sus tropas y lanzarse al asedio  de Sardes. Así, Creso, que acababa de disolver a su ejército, vio cómo era sitiado en su capital. Durante el asedio a la ciudad, Creso se salvó de milagro: Ciro había ordenado saquear la ciudad pero dejar a Creso con vida. El problema estaba en que los persas no sabían quién era Creso. Entonces, cuando Creso iba a ser asesinado por los soldados persas, el sordomudo de su hijo habló y le salvó la vida.

Ciro decidió quemar vivo a Creso. Pero justo antes de que se prendiera la pira, Creso empezó a hablar recordando la anécdota de Solón y dándose cuenta de que el sabio tenía razón. Ciro pidió a sus intérpretes que le tradujeran lo que decía. Finalmente, comprendió que no debía matarlo porque incurriría en un posible enfado con los dioses y, además, Creso había estado en su posición. Pero ya era demasiado tarde, el fuego ya había prendido la pira. Creso empezó a rezar al dios Apolo, al que había hecho numerosos obsequios en Delfos, y este le salvó la vida enviando lluvia para apagar el fuego. Creso se convirtió en un consejero de Ciro.

El primer consejo que le dio a Ciro fue que no saqueara una ciudad como Sardes, pues nadie saquea lo que es suyo. Y Ciro le hizo caso. Más adelante, tras una rebelión de los lidios promovida por algunos generales persas, Ciro quiso quemar toda la ciudad de Sardes. Entonces Creso aconsejó a Ciro que lo que debía hacer era quitar todas las armas a los lidios y convertirlos en un pueblo dedicado a las artes y al comercio, porque así ya no le darían más problemas. A partir de entonces los lidios fueron considerados un pueblo afeminado.

Como hemos podido ver, muchos son los altibajos y giros dramáticos de los acontecimientos en la biografía de Creso, que Heródoto escribe con carácter moralizante. Nos enseña que la divinidad es envidiosa (τὸ θεῖον πᾶν ἐὸν φθονερόν, Hdt. 1, 32), y que no debemos incurrir en hybris. Es el siguiente un ciclo muy  recurrente en la mitología griega y constante en la obra de Heródoto: en primer lugar el  κέρδος, la ganancia, después el κόρος, la sobre ganancia, que conduce a la ὕβρις, la soberbia, lo que causa φθόνος, la envidia de los dioses,  lo que provoca ἄτη, ceguera espiritual, y finalmente τίσις,  el castigo, y νέμεσις, la justicia distributiva. Por tanto, Creso, estando en lo alto, cayó en lo más hondo, pero en lo más hondo realizó las más elevadas acciones salvando por dos veces a su pueblo. Se creyó feliz cuando era un desdichado al que solo le pasaban desgracias, mientras que cuando se creyó infeliz no dejó de tener suerte, ya que se salvó dos veces de la muerte. Así pues, Creso: ¿feliz desdichado o infeliz con suerte?

Enrique Ferrer Piña

Hormigón rico en leucita

Henar Velasco nos envía el enlace a la noticia publicada el 14 de octubre en National Geographic Historia: un grupo de investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) ha analizado la composición química de una muestra de hormigón extraída del mausoleo de Cecilia Metela, en la Vía Apia (Roma); los resultados (Journal of the American Ceramic Society) confirman algo ya sabido, que el hormigón que usaban los antiguos romanos incluía una mezcla de cal y rocas volcánicas que daba como resultado una masa muy compacta; pero el nuevo estudio ha descubierto que los materiales volcánicos usados en la construcción del mausoleo de Cecilia Metela son abundantes en leucita, un mineral rico en potasio que se descompone fácilmente por la acción de la lluvia y de las infiltraciones de agua subterránea a través de las paredes. Según los autores, la leucita habría liberado el potasio en el conjunto de la mezcla, provocando cambios en su composición química que la habrían hecho más resistente. Eso sí, la investigación ha demostrado que esto es una característica peculiar del hormigón utilizado en este monumento, pero no de otros.

Por fin: la muralla romana de Sevilla

Manuela y Mª Ángeles Martín Sánchez nos envían el enace a la noticia publicada por El País el 14 de octubre: La aparición de la muralla romana resuelve el gran misterio arqueológico de Sevilla. Finalmente las obras de construcción de un hotel han revelado que la muralla, largo tiempo buscada, está en el número 11 de la plaza de San Francisco, frente a la fachada plateresca del Ayuntamiento de Sevilla, a 2,10 metros bajo el nivel actual de la calle.

¿Los orígenes de los etruscos?

Sofía Lorenzo nos envía el enlace a la noticia de MuyHistoria sobre las últimas investigaciones en torno al origen de los etruscos: Un equipo de científicos del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana y otros investigadores han secuenciado y analizado los genomas de 82 individuos que vivieron entre 800 a. C. y 1000 d. C. en Etruria y el sur de Italia. El resultado de la investigación es que los etruscos compartían un perfil genético con las poblaciones vecinas, incluidos los latinos, a pesar de que los dos grupos tenían diferencias lingüísticas y culturales significativas.

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