Que el latín «suena» hoy atractivo, elegante o sublime en determinados contextos para el gran público está fuera de toda duda. Basta con leer el periódico a diario, dar un paseo por la calle o incluso mantener una conversación de lo más coloquial para toparse con alguna que otra expresión de cuño latino. El hallazgo podrá ser correcto e ingenioso en ocasiones, pero también hay lugar ––y mucho–– a una fantasía desmedida que incurre en extrañas ambigüedades, auténticas invenciones y errores sangrantes, como se suele advertir en este espacio. Pero en todo caso, esos «nuevos usos» situados al margen del canon antiguo y natural no dejan de suscitarle la curiosidad a cualquier interesado en las lenguas clásicas: y es que, pese a llamarse a veces «lenguas muertas», se siguen utilizando mal que bien para decir muchas cosas.
Por chocante que parezca, hay quien ha sido capaz de relacionar el arte militar con el oficio de la peluquería mediante una sola palabra latina: en efecto, sin ir muy lejos, aquí en Salamanca, todos los servicios habituales en un salón de belleza se pueden encontrar acudiendo a un establecimiento que tiene, al parecer como reclamo, el nombre latino Bellatrix.
Propiamente, la voz bellatrix tiene el significado clásico de ‘guerrera’, al ser el femenino del sustantivo agente bellator, tal como demuestran sus diferentes testimonios en el corpus latino antiguo y, sobre todo, su raíz léxica (i.e. bello y bellor ‘hacer la guerra’ ← bellum < duellum ‘guerra’). Asimismo, la consulta de sus escasos ejemplos literarios deja entrever que se trata de un epíteto épico, característico de la célebre amazona Camila en la Eneida (7.803-7, trad. A. Espinosa Pólit):
«Y al fin, Camila,
prez y honor de los volscos, que comanda
un escuadrón que gallardea en bronce.
Es la virgen guerrera, que las manos
ni al rocadero acostumbró, femínea,
ni al cesto de Minerva, son batallas
las que gozosa lidia, son carreras
en que a los vientos deja atrás.»
Gracias a Virgilio, este epíteto femenino goza de una fortuna no excesiva, aunque considerable, en las obras de sus sucesores épicos del periodo flavio (i.e. Valerio Flaco, Papinio Estacio y Silio Itálico). Pero la vigencia de esta tradición literaria se puede seguir apreciando aún hoy en las novelas de J. K. Rowling con la malévola bruja Bellatrix, enemiga de Harry Potter y sus amigos. Personaje secundario que pretende seguir, de algún modo, a la guerrera de Virgilio.
Con esto y con todo, la palabra latina en cuestión apenas resulta comprensible por sí sola para el individuo de la calle, ni le remitirá a los pasajes clásicos de referencia cuando pase por delante de esta peculiar peluquería. En lugar de la lectura más rigurosa, lo más probable es que un viandante corriente vea en el nombre bellatrix una garantía o promesa profesional de belleza femenina. Pensará que cualquier clienta saldrá de allí como una bella actriz, incluso, gracias a la maña de sus peluqueras: difícilmente pensará que acabará convertida en una guerrera, ni mucho menos que le atenderá en persona una amazona al estilo de Camila. De hecho, un individuo cualquiera, ajeno a los estudios clásicos, dirá con toda seguridad que bellatrix deriva del castellano “bella” (= lat. pulchra, formosa, etc.), seguido de un prefijo “latinizante” -trix, para formar femeninos; tampoco faltaría quien pensase en un delirio de erudición que este poetismo romano quiere decir “bella actriz”, como si el parecido gráfico indicase un parentesco etimológico. Desgraciadamente, de poco serviría en este caso la mera intuición.
De todos modos, estas reflexiones sobre latines, guerreras y peluquerías traen a la memoria algún pasaje literario antiguo que invitaría a mirar este raro descubrimiento con mejores ojos. Si en algún momento la sociedad romana se distinguió estéticamente por un cuidado exquisito, coqueto e incluso frívolo, fue en el siglo I a.C. tanto en la época Julio-Claudia como en el periodo Flavio, como demuestran los retratos escultóricos o las obras literarias auspiciadas bajo el poder imperial.
Concretamente, es el poeta Ovidio quien mejor refleja el refinamiento de su tiempo a lo largo de su obra elegíaca, aunque también con bastante ironía. El culmen de su magisterio erótico lo constituye el Ars amatoria, que concibe el amor nada más y nada menos como una batalla campal de sexos, con hombres y mujeres convertidos, por cierto, en soldados y amazonas (Ov. Ars 3.1-6, trad. Juan Antonio González Iglesias):
«Armas les he entregado yo a los Dánaos
contra las amazonas. Quedan armas
para entregarte a ti, Pentesilea,
y a tu tropa. Marchad a las batallas
igualmente equipados, y que venzan aquellos
a los que favorezcan alma Dione
y el niño que por todo el mundo vuela.
No resultaría justo que desnudas
contras hombres armados pelearais.
También para vosotros, los varones,
vencer así sería una vergüenza»
Habiendo comenzado así el tercer libro de la colección, el poeta prosigue entonces dando a las mujeres muchos consejos para el cortejo, siempre bajo la premisa culta placent, de manera similar a como ya había hecho antes en los Amores o en el De medicamine faciei femineae. Y de los muchos aspectos a los que pasa revista, el peinado adquiere una importancia notable dentro del glamour preceptivo. A juicio de Ovidio, la labor del peluquero llega a ser toda un arma de seducción para aquellas amazonas a las que dedica el último libro erótico de su obra amatoria (Ov. Ars 3.235-250, trad. Juan Antonio González Iglesias):
“No te prohíbo, en cambio, que ante ellos
hagas que tus cabellos sean peinados,
para que sueltos caigan por tu espalda.
Cuidarás, ante todo, en ese tiempo,
de no entretenerte, y no te sueltes
-dejándola caer-
una vez y otra vez la cabellera.
Que esté la peinadora confiada.
Odio a aquella mujer
que le araña la cara con las uñas
y le pincha los brazos
con la aguja que acaba de quitarle.
Ella maldice -y toca- la cabeza
de su dueña, y al tiempo
ensangrentada llora
sobre esa cabellera que aborrece.
La de ralo cabello,
que ponga en el umbral un vigilante,
o que siempre se peine
dentro del templo de la Buena Diosa.
Una vez le anunciaron mi llegada
de pronto a una muchacha. Confundida,
se puso la peluca del revés.
Sufran mis enemigos el motivo
de una vergüenza tan desagradable,
y que esa infamia caiga sobre las nueras partas!
Fea es la res mocha, feo el campo sin hierba,
y el arbusto sin hojas, y cabeza sin pelo.”
Resulta, así pues, que la aparente incoherencia o mala comprensión del latín bellatrix permite al lector de los clásicos volver a interpretarlo en su contexto no como un gazapo, sino como un buen nombre comercial para un establecimiento actual que aspira a ofrecer hoy la elegancia de las emperatrices romanas antiguas, o incluso el éxito de una buena discípula ovidiana. ¡Quién sabe si también pensaría en esto mismo el asesor publicitario del local!
En suma, ocurre que incluso tras un uso latino cuando menos chocante se puede hallar una revisión del presente gracias al conocimiento del legado clásico. Lástima que no se piense más a menudo en el mundo clásico para ennoblecer nuestro tiempo.
Federico Pedreira Nores
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