La Odisea para niños en versión de Els Joglars

Eusebia Tarriño nos envía este hallazgo valiosísimo que ha encontrado en los archivos de la página de RTVE: una versión de La Odisea para niños, realizada por Els Joglars y con Albert Boadella al frente. Fue emitida en 1976, en el programa infantil «Un globo, dos globos, tres globos»…, que los que tenéis cierta edad seguramente recordaréis. Son cinco capítulos, aquí podéis encontrar el enlace del primero. La representación es tronchante y, desde luego, el atrezzo es económico, como Eusebia nos indica.

Por cierto, también podéis ver aquí cómo recordaba ese rodaje Albert Boadella en 2014.

No se trata de recrearnos en la nostalgia ni de constatar cuánto han cambiado las personas y los medios tecnológicos. La reflexión sobre este pequeño descubrimiento nos lleva más allá: muchas veces nos asombra que ahora los muchachos sepan tan poco de tantas cosas (incluyendo naturalmente la cultura clásica, pero no sólo) que para nosotros eran conocidas de una manera casi natural; y buscamos culpables, los chicos, el sistema de enseñanza, los profesores… Pues bien, aquí tenemos parte de la explicación, si consideramos que la televisión está en relación directa -y desde luego compleja- con la sociedad a la que se dirige: en 1976, un año después de la muerte de Franco, la televisión pública, la única existente en España, emitía un programa infantil y juvenil cuyo título se tomó de un verso de Gloria Fuertes (que había puesto letra a la sintonía) y que entre otras secciones incluyó una versión de La Odisea representada por Els Joglars y dirigida por Albert Boadella. Echemos un vistazo a la programación infantil de hoy mismo en la televisión pública y no hacen falta más comentarios.

Susana González Marín

Ariadna toma la palabra

El profesor José Carlos Fernández Corte nos ofrece un breve resumen de la conferencia que pronunció el día 25 en la Casa de las Conchas dentro del ciclo «Mujeres del mundo clásico: entre la sumisión y el poder».

Ariadna toma la palabra pretende destacar que, aunque la figura de Ariadna es conocida en el mito griego, tanto en su versión literaria como a través de la cerámica ática e itálica, sólo toma la palabra por primera vez en la literatura romana del s. I. Esta princesa cretense, hija de Minos y de Pasífae, siempre aparece en el mito ligada a dos figuras masculinas, el héroe ateniense Teseo y el dios Baco. La transición de una figura a otra produce versiones contradictorias, pero el mito, con su «constancia icónica» nos deja dos momentos memorables: el abandono por parte de Teseo en la playa de Día o Naxos y su descubrimiento por parte de Dióniso. Conviene resaltar que en ambas escenas Ariadna suele estar dormida. Y que en la representación más frecuente del abandono Teseo no está nunca solo, sino acompañado por Palas Atenea, el dios sueño y otros dioses. El sentido de la presencia divina es exculpar al héroe ateniense de la acusación de ingratitud por abandonar furtivamente a la mujer que lo favoreció entregándole el hilo (o la corona) para orientarse en el laberinto habitado por el minotauro.

Catulo es el primero en presentar a Ariadna despierta y a darle la palabra para que se queje del abandono.

La mujer acusa al hombre de perfidia y traición y de incumplir los juramentos de matrimonio. Ariadna invoca a las Euménides, en su calidad de vengadoras de los crímenes familiares. Júpiter, en contra de los usos sociales romanos y de los usos literarios, que permitían el perjurio en juramentos de amor, castiga al héroe olvidadizo y perjuro. Ariadna es una figura trágica y, frente a la posición ateniense, que la considera un objeto y exculpa al héroe, en la versión de Catulo se convierte en sujeto que defiende que los valores de lealtad, confianza y amistad, propios del mundo masculino romano, se apliquen también al amor.

La Ariadna de Ovidio es secundaria. No habla, sino que escribe una carta después del abandono. La mujer  expone su condición de abandonada en una isla solitaria y descarga la responsabilidad de Teseo en objetos y elementos naturales: el lecho, el sueño, el viento que se lleva el barco, etc. Esta Ariadna, humillada y dolorida, no es sobrehumana. En su mundo no hay dioses que vengan en su ayuda. La vida de esclavitud, servicio y humillación propia de las mujeres de la época configura la ideología elegíaca que aparece en la Ariadna ovidiana.

José Carlos FernándezCorte

Plautus cinematographicus, uel Golfus Romae

Gracias a la calidad de muchas películas, uno puede no sólo aprender buenas lecciones sobre el mundo grecorromano, sino que también consigue contemplar con especial verosimilitud la misma realidad cultural que crearon los antiguos. Por eso, son muy de agradecer todas aquellas producciones de tema clásico que, además de despertar agudas reflexiones entre sus estudiantes, sirven de divulgación y entretenimiento para el gran público. Y tanto más hay que reconocerles cuando consiguen recrear un hecho histórico significativo o dar nueva vida a una obra literaria fundamental.

En Golfus de Roma (EE UU, 1966), todas estas casualidades configuran un film tan lúcido como disparatado, con el que todo espectador descubre la esencia de la comedia romana sin dejar de reír a mandíbula batiente. La película recrea, ante todo, el espíritu y la técnica dramática del gran comediógrafo latino Plauto (¿254-184 a.C.?), al que rinde un sincero homenaje por el celebrado éxito de sus obras.

El argumento atiende en líneas maestras al esquema típico dentro del subgénero teatral. El joven Eros (gr. “Amor”), que desea ardientemente a la doncella Filia (gr. “Querida”), acuerda con su esclavo Pséudolo (gr. “Falsillo”) concederle la libertad una vez que consiga saciar su amor. Para conseguirlo el criado ha de hacer frente a los intereses de otros personajes, como su amo Senex (lat. “Viejo”), el capataz y parásito Hysterium (gr.-lat. “Uterino”, “Histérico”), o el victorioso general Miles gloriosus (lat. “Soldado Fanfarrón”). Después de un enredo tras otro, cuando ya sus burlas quedan al descubierto, todos los conflictos se resuelven en un happy end inesperado.

Lejos de presentar sin más una fabula palliata en concreto, la película recrea ante todo el espíritu y la técnica dramática del poeta, ya que el guión traslada la acción a la Ciudad de Roma y mezcla o «contamina» numerosos motivos extraídos de varias piezas distintas con tal de provocar una risa constante en el público ––lo mismo, al fin y al cabo, que hacía a su vez el propio Plauto con sus modelos griegos. Pese a cualquier prejuicio, el resultado no parece en absoluto recargado o artificioso, sino que acrecienta aún más la comicidad de la película e invita al lector a pensar en sus antecedentes.

Sobre la trama general del Pseudolus plautino se superponen otros elementos sacados de otras obras. Así como son evidentes las alusiones al Miles gloriosus en el general romano o a la Mostellaria en el hechizo de la casa, se dejan también sentir ecos más sutiles. Nótese, por sólo poner unos ejemplos, la ἀναγνώρισις del Curculio, mediante un anillo familiar; en la caracterización de la matrona según la Artemora de la Asinaria; el tipo de lenón deleznable del Poenulus o la cortesana Gimnasia, de las Báquides; o el ridículo travestismo del esclavo, como de algún modo sucede en la Casina.

Sin embargo, la «imitación» del teatro antiguo no queda ahí, sino que trasciende los límites de la fabula palliata hacia otros subgéneros dramáticos. Así ocurre con el falso velatorio de la fingida prometida de Miles gloriosus, que incluye una especie de coro luctuoso con la gestualidad y el imaginario propio de la tragedia. Más sutiles aún pueden ser los excitantes bailes de las cortesanas, que no hacen sino poner en escena varios mimos encadenados. Como colofón, son los juegos circenses y las carreras de cuadrigas las que cierran la película, aunando así todo el mundo lúdico y espectacular romano.

Otro aspecto destacado de Golfus de Roma que quizá no haya recibido gran atención reside en su formato de musical contemporáneo, con una banda sonora moderna y con la voz cantante de los propios actores. De hecho, el proyecto de Richard Lester nació como un remake de un musical, A Funny Thing Happened on the Way to the Forum, compuesto por Stephen Sondheim en 1962 y estrenado con buen éxito en Broadway. Pero en este hecho que podría parecer licencioso para algunos se debe hallar, en cambio, otra genialidad más de la película, que no sería la misma sin cantica como la fanfarria «Bring me my bride!» de Miles gloriosus o el canto lírico «Lovely» de los enamorados. Sólo de este modo uno se puede hacer una idea de lo que era realmente la comedia antigua, puesto que, al menos en este sentido, tendría más similitudes con la opereta bufa o con la revista de variedades, antes que con el teatro europeo moderno. Puedes ver aquí o aquí algunos ejemplos.

Pero si algo salta a la vista del film, es su amplia gama de registros humorísticos, tan rica en recursos como la del mismo comediógrafo. Junto con la conducta ridícula constante en los esclavos o los amantes, el guión muestra una perfecta comprensión y emulación del estilo plautino con escenas memorables, como el diálogo entre Pséudolo y Miles gloriosus antes de los funerales. Basta con sólo leerla para advertir esa mezcla entre el patetismo trágico del viudo y la burla insidiosa del esclavo, cada uno con un tono estilístico contrapuesto.

  1. G. ––¡Ah, por última vez! ¿Dónde está mi novia?

Ps. ––Por ultimísima vez, ahí está tu novia: ahí sobre esas andas fúnebres. ¡Muerta!

  1. G. ––¿Muerta?

Ps. ––De arriba a abajo. Muerta, muerta, remuerta.

  1. G. ––¡Oh, hado monstruoso! ¡Mi dulce e inocente novia! ¡Muerta!

Ps. ––Muerta, sí. ¡No la toques!

  1. G. ––¿Cómo ha muerto?

Ps. ––Pues mira, estiró la patita…

  1. G. ––No, no, ¿cuál ha sido la causa?

Ps. ––Una ojeada a tu grandeza desde arriba: la impresión fue tan fuerte… ¡Pobre niña! ¡Doncella hasta el fin! Es lo que pasa con héroes como tú.

  1. G. ––No prosigas: no puedo contener las lágrimas.

Ps. ––Pues llora, desahoga tu pena.

  1. G. ––La pérfida Parca puso ponzoña en su puro pecho para que partiera pronta a la penumbra.

Ps. ––¡Muy bien! ¿Y sabes éste? Tiene Trimalción tres tigres que traviesos triscan tras los trigos tristes.

M.G. ––No trates de distraerme: soy del todo inconsolable.

Ps. ––¿Por qué torturarte? Lo mejor es que te vayas.

  1. G. ––Sí, sí. Pobre niña. Morir tan joven sin haber conocido la dulzura de mi amor…

No menos gracioso resulta también la extensa carrera de cuadrigas en que se ven inmersos todos los personajes principales hacia el final de la película. Lo que podría parecer una escena totalmente fuera de lugar en una comedia latina, adquiere su significado si uno la contempla como una parodia necesaria a un tópico épico del cine peplum al estilo de Ben-Hur, aunque invertido aquí con un efecto dramático y cómico poco antes del desenlace inesperado.

A la acertada dirección de Lester se añade un reparto extraordinario, en el que figuran los principales actores cómicos de la época. Todos los principales representan perfectamente la simpleza maniquea de los protagonistas, característica ridícula de Plauto: Michael Crawford (Eros), Annette Andre (Filia), Michael Hordern (Senex), Phil Silvers (Marcus Lycus, “Marco el Lobo”, el lenón), con Zero Mostel (Pséudolo) al frente que, como él mismo dice en el prólogo, se confirma como un actor «de gran talento, rico en matices y de brillantes dotes». Se complementan del mismo modo Patricia Jessel (matrona), Leon Greene (Miles Gloriosus), Jack Gilford (Hysterium) y un entrañable Buster Keaton (Erronius, “el hombre errante”), ya enfermo en su última aparición cinematográfica.

Por lo demás, los pequeños gazapos o carencias de la cinta (e.g. época neroniana, decoración, vestuario y atrezzo horrendo, transcripción latina inapropiada y doblaje castellano en ocasiones cuestionable) no desentonan en un género ligero como es la comedia musical, ni justifican en absoluto una crítica desfavorable. A la vista está que sus méritos son muchos y su intención, loable cuando menos.

Golfus de Roma, en definitiva, deparará a sus espectadores una hora y media de música y carcajadas: casi con toda probabilidad, la juzgarán como una película muy recomendable, y algunos de ellos querrán además leer las comedias de Plauto, sin duda, el más divertido de los latinos. Por eso, no está de más seguir reivindicando un film moderno y un autor romano que ha despertado a más de uno esta encendida simpatía por la Antigüedad Clásica.

Federico Pedreira

¡No, por favor, nota interruptus no!

La lectura de la entrada publicada en este blog el pasado 9 de enero sobre «remontada interruptus» me recuerda un artículo publicado en El País el 13 de febrero de 2012,  «Nota interruptus y otras torpezas», por lo demás muy interesante, firmado por José Yoldi. Nos sorprende lo de nota interruptus  porque otros latinismos mal usados que aparecen en los periódicos revelan errores inconscientes o involuntarios de sus usuarios, que han recordado mal una frase aprendida hace tiempo; sin embargo, en el caso que comentamos, no se trata de algo mal recordado sino de algo aplicado creativamente con resultados fallidos. Nota interruptus tiene el atractivo para el lector de recordarle a coitus interruptus, algo que no hace falta ser muy latino para conocer o utilizar. Sin embargo, al ser aplicada la forma adjetiva de interruptus a nota de manera invariable en cuanto al género, el autor denota su ignorancia del latín más elemental al desconocer el mecanismo de la concordancia entre adjetivo y sustantivo en los adjetivos de tres terminaciones. Así que nota, por lo demás una palabra latina, debería ser interrupta y no interruptus. Cuando a la ignorancia, ya de por sí atrevida, se le añade la “creatividad” del periodista, se transforma en ignorancia al cuadrado y por eso llama la atención.

José Carlos Fernández Corte

¿Por qué la Operación Frontino se llama así?

Nuestros blogueros están siempre alerta y pescan al vuelo todo aquello que tiene que ver con el mundo clásico, así pues, no es extraño que la noticia de la puesta en marcha de la Operación Frontino por parte de la policía haya sido recogida por dos personas diferentes, David Paniagua y Rodrigo Río, que la noche del día 19 ya nos habían mandado sus entradas. La naturaleza de este blog, fruto de los esfuerzos de un colectivo muy amplio, le resta la inmediatez que deriva de que cada uno pueda colgar sus entradas directamente y exige la intervención de un grupo de «coordinadores» que gestione la publicación. En este caso hemos decidido, aun a riesgo de resultar repetitivos, dar paso a ambas y reflejar así la inquietud de nuestros colaboradores, especialmente ante un tema de palpitante actualidad.

La policía sabe latín

Según la nota de prensa de la Guardia Civil publicada el pasado 18 de enero, la Unidad Central Operativa de este cuerpo, bajo la dirección de la Fiscalía Especial contra la Corrupción y la Criminalidad Organizada y el Juzgado Central de Instrucción número 6 de la Audiencia Nacional, se encuentra desarrollando la operación «FRONTINO» (las mayúsculas son cosa de la Benemérita, no mías). Se trata de una actuación judicial para esclarecer las responsabilidades penales de la trama orquestada desde la empresa estatal ACUAMED (Aguas de las Cuencas Mediterráneas S.A.), dependiente del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, que presuntamente habría adjudicado obras y emitido certificaciones y liquidaciones de manera fraudulenta con el propósito de inflar desaforadamente contratos públicos para obras hídricas y medioambientales. Según fuentes jurídicas citadas por El País, solo en certificaciones falsas el fraude se acerca a los 25 millones de euros y se piensa que en las próximas semanas la estimación del montante defraudado crecerá notablemente

Ya con ocasión de la PÚNICA algunos clasicistas soñadores quisieron ver en la elección del nombre un justo homenaje al poema más largo conservado de la literatura latina, los Punica del siempre vilipendidado Silio Itálico (ya se sabe, ¡la épica flavia!). Otros creyeron que se trataba más bien de una culta alusión al tópico romano del “púnico” como encarnación del engaño, de la treta y de la mentira, la famosa fraus Punica; al fin y al cabo, si en la formulación de Vegecio (epit. 1, 1, 5): Afrorum dolis atque diuitiis semper impares fuimus («siempre fuimos inferiores a los africanos en ardides y riquezas») escribimos “políticos” en vez de “africanos”, para muchos el sentido de la frase seguirá siendo irreprochable. Pero no, ni los más de doce mil versos del poema de Silio Itálico ni los tramposos Cartagineses; la denominación de Operación Púnica vino motivada por el nombre científico del granado, «punica granatum» (recordemos que el principal imputado era Francisco Granados) . Pero ahora no cabe duda ni ensoñación, la operación FRONTINO ha sido bautizada así por Sexto Julio Frontino, intelectual, hombre de estado y escritor del siglo I d.C.

Su nacimiento se presume entre el 30 y el 35, probablemente en la Galia, y a pesar de ser homo nouus a principios del año 70 Frontino ya era pretor urbano, como cuenta Tácito (Hist. IV, 39, 1-2). En el ciclo de magistraturas que iba del año 72 al 73 Frontino fue nombrado consul suffectus y al año siguiente recibió el cargo de gobernador de Britannia, donde probablemente permaneció hasta la llegada de Julio Agrícola en el año 78. A inicios de la década de los 80, Frontino probablemente estuvo destinado en la Germania inferior como gobernador y entre los años 84 y 85 recibió la magistratura de proconsul Asiae. En el año 98, ya con Trajano como emperador, fue nombrado consul suffectus por segunda vez y, dos años después, cónsul ordinario; un “triplete” sorprendente en alguien ajeno a la familia imperial. Pero más allá de la aridez del dato, lo que es menos conocido es que Frontino fue una de las opciones más serias de la aristocracia romana para suceder en el trono imperial al viejo Nerva, si bien finalmente se optó por Trajano (y ahí tuvo mucho que ver el propio Frontino).

Cuando, en el año 97 Nerva lo nombró curator aquarum, superintendente de la red de canalizaciones de agua de Roma, Frontino decidió escribir su De aquaeductu urbis Romae, con el propósito de ofrecer una descripción exhaustiva y sistemática de esta red de suministro, haciendo hincapié en las mejoras que se habían introducido con su propia gestión. Frontino ya había escrito tratados técnicos con anterioridad; se han conservado cuatro libros (el cuarto de autenticidad controvertida) de Strategemata («Estratagemas») y una serie de extractos de una obra de agrimensura en el Corpus agrimensorum Romanorum, pero también escribió, al menos, otro tratado de técnica militar muy apreciado por las generaciones siguientes. En el De aquaeductu urbis Romae Frontino explica cómo surgió la necesidad de conducir el agua hasta la ciudad, la historia de cada uno de los canales que abastecen a Roma, los detalles técnicos de las infraestructuras de canalización, el volumen de agua que lleva cada canal, el sistema administrativo de concesión y distribución del suministro, y toda la jurisprudencia relativa a las canalizaciones. De modo que es para los modernos fuente inagotable de información sobre un aspecto material y cultural del que los Romanos se sintieron siempre enormemente orgullosos.

No es, por tanto, de extrañar que en la marejada del escándalo de Acuamed, empresa pública cuya «finalidad es promover las infraestructuras necesarias para dar solución a la compleja gestión del agua en las cuencas mediterráneas españolas, con el fin de impulsar el desarrollo de las regiones en las que opera» y cuyo objeto es «la contratación, construcción, adquisición y explotación de toda clase de obras hidráulicas… en el ámbito de las cuencas hidrográficas del Segura, Júcar, Ebro, Cuenca Mediterránea Andaluza y Cuencas Internas de Cataluña», alguien se haya acordado de Frontino y de su exhaustivo informe sobre las infraestructuras hídricas de la vieja Roma.

Frontino dejó dicho aquello de «el gasto en un monumento funerario es una frivolidad; nuestro recuerdo perdurará si lo merecimos por nuestra vida»; y su recuerdo ha perdurado. Desde el lunes, sin embargo, y durante los próximos meses escucharemos su nombre en los telediarios hasta la saciedad ligado a esta nueva trama corrupta. A lo mejor alguien hasta se anima a leer algo de lo que dejó escrito.

David Paniagua

Lee la otra entrada sobre el tema aquí.

Acuamed: corrupción y clásicos

Nuestros blogueros están siempre alerta y pescan al vuelo todo aquello que tiene que ver con el mundo clásico, así pues, no es extraño que la noticia de la puesta en marcha de la Operación Frontino por parte de la policía haya sido recogida por dos personas diferentes, David Paniagua y Rodrigo Río, que la noche del día 19 ya nos habían mandado sus entradas. La naturaleza de este blog, fruto de los esfuerzos de un colectivo muy amplio, le resta la inmediatez que deriva de que cada uno pueda colgar sus entradas directamente y exige la intervención de un grupo de «coordinadores» que gestione la publicación. En este caso hemos decidido, aun a riesgo de resultar repetitivos, dar paso a ambas y reflejar así la inquietud de nuestros colaboradores, especialmente ante un tema de palpitante actualidad.

CORRUPCIÓN Y CLÁSICOS

Un nuevo caso de corrupción (a los que, por desgracia, ya nos estamos acostumbrando) salpica a nuestro país. En este caso la UCO (Unidad Central Operativa de la Guardia Civil) está investigando una presunta trama criminal que supuestamente se ha desarrollado en el seno de una empresa pública dependiente del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Acuamed (Agua de las Cuencas Mediterráneas), y que consistiría en la adjudicación fraudulenta de obras y en la falsificación de certificaciones y liquidaciones para engordar de forma importante los pagos a las empresas adjudicatarias.

Ahora bien, tal vez alguien se pueda preguntar qué importancia tiene esto en un espacio web dedicado a la divulgación del mundo clásico. La respuesta la hallamos en el pintoresco nombre que ha recibido la investigación policial: Operación Frontino. Y muchos dirán: “Ya estamos acostumbrados a esos nombres raros: Operación Malaya, Caso Gürtel, …”. Sin embargo, a los que estamos en contacto con el mundo clásico no se nos puede escapar la clara alusión, pues ese Frontino no es otro que Sexto Julio Frontino (salvo que hayan bautizado a la operación con un nombre al azar y hayan caído en una muy sana y oportuna coincidencia).

Sexto Julio Frontino fue un alto funcionario y político romano (fue pretor, cónsul, gobernador de Britania) que vivió durante el s. I d.C. Las fuentes nos ofrecen de él una imagen intachable: eficiente funcionario y romano íntegro, amante de la tradición y con sentido del deber. Como buen romano miembro de la oligarquía gobernante, Frontino también cultivó la escritura. Sabemos que compuso, al menos, cuatro obras: De re militari (tratado teórico de técnica militar no conservado), los Stratagemata (tratado de orientación práctica en tres libros que resulta ser una selección de actuaciones bélicas en campaña o en asedio narradas por los historiadores) y una obra sobre agrimensura (de la que solo tenemos extractos). Pero su obra más destacada es el De aquaeductu Vrbis Romae, una memoria práctica derivada de la labor de curator aquarum (“encargado de las aguas”) que desempeñó bajo el gobierno de Nerva en el 97 d.C. y que concibió como manual de referencia para sus sucesores en el cargo. Y es aquí donde observamos lo acertado del título de la operación policial al dar el nombre de este romano, Sexto Julio Frontino, para investigar la trama que afecta a Acuamed. Aunque no es, con toda probabilidad, el mejor tributo para este funcionario romano, al menos podemos conformarnos con el hecho de que los clásicos tienen todavía la presencia suficiente para que se acuerden de ellos a la hora de bautizar a una investigación policial.

Rodrigo Río Pérez.

Lee la otra entrada sobre el tema aquí.

Julia, la hija de Augusto, entre la sumisión y el poder

Rosario Cortés Tovar nos ofrece una breve reseña de su conferencia “Iulia Augusti: una mujer entre el amor y la política”, que inauguró el ciclo «Mujeres del mundo clásico: entre la sumisión y el poder», que se está celebrando en la Casa de las Conchas a lo largo de este mes y del siguiente. En consecuencia, el hilo conductor de la reseña será la siguiente cuestión:

¿Cuál fue la situación de Julia entre la sumisión y el poder?

Julia fue educada para obedecer las decisiones que su padre tomara en función de sus intereses y los del estado. Aceptó sin resistencia los matrimonios que acordó Augusto para ella con el fin de que cumpliera la función política de darle un heredero del poder imperial.  Si tenemos en cuenta que su padre no tuvo nunca en cuenta sus sentimientos, tenemos que concluir que Julia fue una mujer sometida al poder paterno.

Ahora bien, Julia había aprendido de Livia, la segunda esposa de Augusto, y de Octavia, la hermana de éste, mujeres con las que se crió y a las que también casaron por conveniencia política, que sus matrimonios tenían compensaciones, pues, además de privilegios y honores, estas mujeres gozaban de un poder derivado del de sus maridos que les permitía actuar como sus consejeras políticas e influir en sus decisiones. De modo que Julia cumplió con sus deberes de esposa en sus dos primeros matrimonios, con Marcelo y con Agripa, del que tuvo tres hijos y dos hijas. A los dos hijos mayores, Gayo y Lucio, se los arrebató su padre y los educó para que fueran  sus sucesores.

Todo parecía resuelto, pero Agripa murió pronto y Augusto le dio un nuevo marido a Julia: Tiberio, hijo de Livia. Fue elegido por su experiencia militar y política ya que Gayo y Lucio, de 8 y 5 años respectivamente, podían necesitar un tutor y regente si el emperador moría pronto. La decisión fue cruel tanto para Tiberio, que se vio obligado a divorciarse de la mujer que amaba, como para Julia, que habría preferido a un hombre menos conservador, más dedicado a las letras y al lujo que su clase les permitía. De todas formas empezaron a vivir en armonía para cumplir con el deber que se esperaba de ellos; pero algunos acontecimientos funestos que los separaron –perdieron el hijo que esperaban en un parto prematuro-, y el desacuerdo de Tiberio con los honores que antes del tiempo reglamentario les concedió Augusto a Gayo y a Lucio, determinó la separación entre ellos, que se consumó cuando Tiberio se retiró a Rodas (6 a. C.).

Julia se quedó sola en Roma: su padre no permitía su divorcio de Tiberio, de modo que no era ni viuda ni divorciada; pero seguía siendo la hija del emperador y tenía mucho atractivo para los jóvenes del grupo de aristócratas intelectuales y poetas que la rodeaba. Ella era amiga de las letras y los placeres y ellos la deseaban como un medio de aproximarse al poder. De modo que encontró amantes fácilmente y cometió adulterio, un delito castigado duramente por las leyes paternas. Puede que ya le fuera infiel a Agripa; pero sus adulterios se convertirían en más estables y descarados tras la separación de Tiberio, hasta que en el 2 a. C. se produjo un episodio de escándalo público que provocó su caída y la de sus amigos. Augusto denunció en el senado la conducta licenciosa de su hija en el Foro y junto a la estatua de Marsias, símbolo de la libertad popular. Entre los amantes de Julia citados por los historiadores destacan Sempronio Graco y Julo Antonio, poeta e hijo de Marco Antonio, que podía tener sed de venganza y ambiciones políticas insatisfechas. Es posible que más allá del delito de adulterio estuvieran cometiendo el de conspiración, porque Julo fue ejecutado; los demás, como adúlteros, fueron relegados ad insulam. No se abrió ningún proceso, puede que con el fin de evitar la condena a muerte de Julia por conspiración contra su padre. Pero estas interpretaciones tienen una base muy poco segura y hay historiadores que rechazan la existencia de una conjuración.

Augusto condenó a Julia al exilio de por vida y también la condenó sin piedad a la fama de mujer promiscua y sexualmente desenfrenada, una fama que aún pervive en novelas históricas y películas, que exageran hasta la inverosimilitud los adulterios de Julia para que su retrato responda al estereotipo misógino de mujer de libido incontrolable.

Rosario Cortés Tovar

Latines, guerreras, peluquerías y… ¿Ovidio?

Que el latín «suena» hoy atractivo, elegante o sublime en determinados contextos para el gran público está fuera de toda duda. Basta con leer el periódico a diario, dar un paseo por la calle o incluso mantener una conversación de lo más coloquial para toparse con alguna que otra expresión de cuño latino. El hallazgo podrá ser correcto e ingenioso en ocasiones, pero también hay lugar ––y mucho–– a una fantasía desmedida que incurre en extrañas ambigüedades, auténticas invenciones y errores sangrantes, como se suele advertir en este espacio. Pero en todo caso, esos «nuevos usos» situados al margen del canon antiguo y natural no dejan de suscitarle la curiosidad a cualquier interesado en las lenguas clásicas: y es que, pese a llamarse a veces «lenguas muertas», se siguen utilizando mal que bien para decir muchas cosas.

Por chocante que parezca, hay quien ha sido capaz de relacionar el arte militar con el oficio de la peluquería mediante una sola palabra latina: en efecto, sin ir muy lejos, aquí en Salamanca, todos los servicios habituales en un salón de belleza se pueden encontrar acudiendo a un establecimiento que tiene, al parecer como reclamo, el nombre latino Bellatrix.

Propiamente, la voz bellatrix tiene el significado clásico de ‘guerrera’, al ser el femenino del sustantivo agente bellator, tal como demuestran sus diferentes testimonios en el corpus latino antiguo y, sobre todo, su raíz léxica (i.e. bello y bellor ‘hacer la guerra’ ← bellum < duellum ‘guerra’). Asimismo, la consulta de sus escasos ejemplos literarios deja entrever que se trata de un epíteto épico, característico de la célebre amazona Camila en la Eneida (7.803-7, trad. A. Espinosa Pólit):

«Y al fin, Camila,

prez y honor de los volscos, que comanda

un escuadrón que gallardea en bronce.

Es la virgen guerrera, que las manos

ni al rocadero acostumbró, femínea,

ni al cesto de Minerva, son batallas

las que gozosa lidia, son carreras

en que a los vientos deja atrás.»

Gracias a Virgilio, este epíteto femenino goza de una fortuna no excesiva, aunque considerable, en las obras de sus sucesores épicos del periodo flavio (i.e. Valerio Flaco, Papinio Estacio y Silio Itálico). Pero la vigencia de esta tradición literaria se puede seguir apreciando aún hoy en las novelas de J. K. Rowling con la malévola bruja Bellatrix, enemiga de Harry Potter y sus amigos. Personaje secundario que pretende seguir, de algún modo, a la guerrera de Virgilio.

Con esto y con todo, la palabra latina en cuestión apenas resulta comprensible por sí sola para el individuo de la calle, ni le remitirá a los pasajes clásicos de referencia cuando pase por delante de esta peculiar peluquería. En lugar de la lectura más rigurosa, lo más probable es que un viandante corriente vea en el nombre bellatrix una garantía o promesa profesional de belleza femenina. Pensará que cualquier clienta saldrá de allí como una bella actriz, incluso, gracias a la maña de sus peluqueras: difícilmente pensará que acabará convertida en una guerrera, ni mucho menos que le atenderá en persona una amazona al estilo de Camila. De hecho, un individuo cualquiera, ajeno a los estudios clásicos, dirá con toda seguridad que bellatrix deriva del castellano “bella” (= lat. pulchra, formosa, etc.), seguido de un prefijo “latinizante” -trix, para formar femeninos; tampoco faltaría quien pensase en un delirio de erudición que este poetismo romano quiere decir “bella actriz”, como si el parecido gráfico indicase un parentesco etimológico. Desgraciadamente, de poco serviría en este caso la mera intuición.

De todos modos, estas reflexiones sobre latines, guerreras y peluquerías traen a la memoria algún pasaje literario antiguo que invitaría a mirar este raro descubrimiento con mejores ojos. Si en algún momento la sociedad romana se distinguió estéticamente por un cuidado exquisito, coqueto e incluso frívolo, fue en el siglo I a.C. tanto en la época Julio-Claudia como en el periodo Flavio, como demuestran los retratos escultóricos o las obras literarias auspiciadas bajo el poder imperial.

Concretamente, es el poeta Ovidio quien mejor refleja el refinamiento de su tiempo a lo largo de su obra elegíaca, aunque también con bastante ironía. El culmen de su magisterio erótico lo constituye el Ars amatoria, que concibe el amor nada más y nada menos como una batalla campal de sexos, con hombres y mujeres convertidos, por cierto, en soldados y amazonas (Ov. Ars 3.1-6, trad. Juan Antonio González Iglesias):

«Armas les he entregado yo a los Dánaos

contra las amazonas. Quedan armas

para entregarte a ti, Pentesilea,

y a tu tropa. Marchad a las batallas

igualmente equipados, y que venzan aquellos

a los que favorezcan alma Dione

y el niño que por todo el mundo vuela.

No resultaría justo que desnudas

contras hombres armados pelearais.

También para vosotros, los varones,

vencer así sería una vergüenza»

Habiendo comenzado así el tercer libro de la colección, el poeta prosigue entonces dando a las mujeres muchos consejos para el cortejo, siempre bajo la premisa culta placent, de manera similar a como ya había hecho antes en los Amores o en el De medicamine faciei femineae. Y de los muchos aspectos a los que pasa revista, el peinado adquiere una importancia notable dentro del glamour preceptivo. A juicio de Ovidio, la labor del peluquero llega a ser toda un arma de seducción para aquellas amazonas a las que dedica el último libro erótico de su obra amatoria (Ov. Ars 3.235-250, trad. Juan Antonio González Iglesias):

“No te prohíbo, en cambio, que ante ellos

hagas que tus cabellos sean peinados,

para que sueltos caigan por tu espalda.

Cuidarás, ante todo, en ese tiempo,

de no entretenerte, y no te sueltes

-dejándola caer-

una vez y otra vez la cabellera.

Que esté la peinadora confiada.

Odio a aquella mujer

que le araña la cara con las uñas

y le pincha los brazos

con la aguja que acaba de quitarle.

Ella maldice -y toca- la cabeza

de su dueña, y al tiempo

ensangrentada llora

sobre esa cabellera que aborrece.

La de ralo cabello,

que ponga en el umbral un vigilante,

o que siempre se peine

dentro del templo de la Buena Diosa.

Una vez le anunciaron mi llegada

de pronto a una muchacha. Confundida,

se puso la peluca del revés.

Sufran mis enemigos el motivo

de una vergüenza tan desagradable,

y que esa infamia caiga sobre las  nueras partas!

Fea es la res mocha, feo el campo sin hierba,

y el arbusto sin hojas, y cabeza sin pelo.”

Resulta, así pues, que la aparente incoherencia o mala comprensión del latín bellatrix permite al lector de los clásicos volver a interpretarlo en su contexto no como un gazapo, sino como un buen nombre comercial para un establecimiento actual que aspira a ofrecer hoy la elegancia de las emperatrices romanas antiguas, o incluso el éxito de una buena discípula ovidiana. ¡Quién sabe si también pensaría en esto mismo el asesor publicitario del local!

En suma, ocurre que incluso tras un uso latino cuando menos chocante se puede hallar una revisión del presente gracias al conocimiento del legado clásico. Lástima que no se piense más a menudo en el mundo clásico para ennoblecer nuestro tiempo.

Federico Pedreira Nores

Despiadado Julio César… El valor de las palabras.

A Guillermo Altares, autor de una serie de comentarios en El País con Roma por denominador común, le estamos muy agradecidos los docentes y discentes de la Filología Clásica por divulgar detalles y noticias sobre nuestros textos. No pretendo, pues, criticar su comentario sobre el “Despiadado Julio César” que apareció el otro día en El País (16-12-2015), porque todo ayuda a mantener vivo el interés por las lenguas clásicas, motores últimos de la información transmitida: son los textos escritos en latín o griego los que nos ilustran sobre ese pasado que hoy se estudia o divulga. No obstante, el rigor y precisión que nuestra filología exige me induce a pedir, si ello es posible, un grado más de claridad en la información, porque, mientras algunos podemos ubicar más o menos las referencias del artículo, otros no encajarán con facilidad ni las palabras cesarianas, ni los pormenores de la acción militar; ni, mucho menos, salvo el tópico fondo del imperialismo romano, la diferencia de concepción que tenían los dirigentes antiguos y sus soldados, y la que tenemos nosotros hoy, a propósito de algo tan trágico como la muerte del contrario.

Pido, pues, a los interesados en la Antigüedad que lean el pasaje original de César (Gall. 4.8 ss.), que ofrece las indicaciones adecuadas para entender un problema que anticipa la masacre que años después soportaron los romanos en Teutoburgo (9 d.C.), prueba de que la crueldad en el campo de batalla y la aniquilación del enemigo no eran prácticas exclusivas de los romanos. Aquí, en la actual Karlkriese, localidad cercana a Osnabrück, según las investigaciones de Wolfgang Schlüter —después de que Anthony Clunn, un mayor de la armada británica, retirado, hubiese encontrado con un detector una serie importante de monedas—, Roma fue vencida por unos ‘bárbaros’, que acabaron con tres legiones (XVII, XVIII, XIX), cuyo número nunca reapareció en el organigrama militar.

El desastre se debió en gran medida a la ineptitud de su general en jefe, P. Quintilio Varo —muy bien ‘emparentado’ con la casa imperial: yerno de Agripa, como esposo de Vipsania Marcela, su tercera esposa, ‘casualmente’, fue la sobrina-nieta de Augusto, Claudia Pulcra—; igual que la revuelta: Floro (II 30[IV 12], 31) lo responsabiliza  por sus vitia (…, Vari Quintili libidinem ac superbiam haud secus quam saevitiam odisse coeperunt:  “empezaron a odiar los caprichos y la soberbia de Q. Varo, no menos que su crueldad”); y por su falta de habilidad político-militar. En cambio, Arminio, el líder querusco, se cubrió de gloria, ofreciendo con su éxito las bases del nacionalismo alemán. La ‘mitología’ romana (Suetonio, Vida de Augusto 23) refiere que el Princeps caminaba por su palacio repitiendo como un poseso: Quintili Vare, legiones redde! (“Quintilio Varo: devuélveme las legiones”; lo cual, además de venir bien para repasar la morfología latina, nos recuerda el valor retórico-informativo de las anécdotas y nos permite encajar el hecho en un proceso histórico de más largo alcance, que ilustra, igual que el texto de César, los problemas que siempre han tenido los que buscan cobijo, tierras que cultivar o un lugar mejor para vivir.

Por eso es importante leer bien y completamente los pasajes: se deben ofrecer los datos pertinentes para ubicar la información, elegir con cuidado la traducción que sirve de intermediaria, y dar cuenta justa de quién es su artífice y de cuándo se hizo ésta, porque el tiempo marca las palabras elegidas… Y, desde luego, el mensaje del artículo debe ayudarnos a entender esa diferente concepción que hay entre la ‘civilización romana’ y la nuestra sobre aspectos tan importantes como la conquista y el imperialismo, el bellum iustum (la guerra justa), la muerte del contrario, o su ‘masacre’… Es importante reflexionar sobre el matiz de los términos, que varía en cada momento histórico, y no aplicar, más o menos a la ligera, un determinado concepto a un tiempo que carecía de él.

Los derechos humanos no se conquistaron en un día; y si César mató, o hizo morir, a muchos enemigos fue en una sociedad cuyos valores no eran exactamente los mismos de ahora; en cambio, se alabó su famosa clementia, que él nunca se atribuyó; luego se ensalzó de Augusto, al que en el año 27 a.C. el Senado y el pueblo concedieron un clupeus aureus (“escudo de oro”), que se colocó en la Curia Julia, con una inscripción cuyos términos él orgullosamente eumera en sus memorias: … virtutis clementiaeque iustitiae et pietatis (“… virtud, clemencia, justicia y piedad”, Res Gestae 34); y pasó a considerarse virtud de obligado cumplimiento para sus sucesores, aunque, ni todos la ‘practicaron’ —y no es necesario remitirse a los típicos ‘malos emperadores’ (Calígula, Cómodo, Caracala, Heliogábalo, …), como ejemplifica la bautizada como “masacre de Tesalónica” de Teodosio I en el 390—; ni todos los que fueron alabados por haberla ‘ejercitado’ fueron dignos de tal laudatio, como sí lo fue el propio César…; al menos, en cierto sentido. De ahí el valor de las palabras.

Isabel Moreno

Blog de WordPress.com.

Subir ↑

A %d blogueros les gusta esto: