Para que vayáis calentando motores para participar en nuestro concurso de microrrelatos, os dejamos un ejemplo un poco más largo (éste no cumpliría nuestro requisito de no sobrepasar las 200 palabras, tiene 335). Nos lo envía Begoña Alonso Monedero y está publicado en el libro editado por Antonio Serrano Cueto, Despues de Troya: microrrelatos hispanicos de tradicion clasica, Palencia, Menoscuarto, 2015.
JUAN JOSÉ MILLÁS
Ulises
Cada español vio el año pasado una media de 22.000 anuncios. Así que a simple vista, sin echar mano de la calculadora, es como si nos fusilaran 2.000 veces al mes, unas sesenta al día. Cruzas por delante de la tele para rescatar de los suburbios de la librería un libro de poemas y recibes seis ráfagas o siete que te dejan en el sitio, aunque tus deudos no lo adviertan: también ellos han sido ejecutados varias veces desde que se levantaran de la cama. Con el libro en la mano vuelves sobre tus pasos, y mientras abandonas la habitación decidido a no volver la vista a la pantalla, el electrodoméstico continúa ametrallándote a traición no para que caigas, no es tan malo, sino para que, verticalmente muerto, salgas a la calle a comprar una colonia, un coche, unas gafas de sol, un cursillo de inglés, una hipoteca o una caja de compresas extrafinas y aladas congeladas para amortizar la inversión del microondas.
Ya en la parada del autobús abres el libro y tropiezas, lo que son las casualidades de la vida, con unos versos de Ángel González que se refieren a los reclamos publicitarios de la civilización de la opulencia: «No menos dulces fueron las canciones / que tentaron a Ulises en el curso /de su desesperante singladura, / pero iba atado al palo de la nave,/ y la marinería, ensordecida/ de forma artificial / al no poder oír mantuvo el rumbo.»
Si miras alrededor, verás otros Ulises atados, como tú, al palo de un libro. Sólo que esto es un autobús y no una nave, y que en lugar de regresar a Ítaca vuelves a la oficina. Cómo no caer, aunque sea un instante, en la tentación de escuchar lo que dice la sirena de Calvin Klein de Mango, o de Winston, que te susurra al oído obscenidades cancerígenas. Veintidós mil anuncios, 2.000 al mes, unos sesenta al día. No hay héroe capaz de resistirlos ni Penélope que lo aguante. Estamos listos.
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