Hace poco me recomendaron el bestseller Una llama entre cenizas, de la autora Sabaa Tahir, el inicio de una saga que en principio consta de tres libros, de los cuales el tercero hasta junio no se publicará en nuestro idioma.
La verdad es que Una llama entre cenizas se lee bastante bien y además muy rápidamente, ya que engancha desde el principio. Aunque, sin duda, lo que más me llamó la atención nada más empezar a leer fue la idiosincrasia de uno de los pueblos presentados, los «marciales»: una sociedad militar (estaba claro que la presencia de Marte en el nombre no era fortuita) que ha sometido a otros pueblos, como los «académicos» o los «tribales», gracias sobre todo a su superioridad militar, aunque también mediante distintos acuerdos. Además, los «marciales» se organizan bajo el poder de un imperio, encabezado por Taius y en el que, a pesar de la ingente autoridad del emperador, cada vez cobran más influencia e importancia las gentes. Sí, la figura de la gens recobra todo su antiguo poder en este libro, publicado unos pocos milenios después por primera vez (2015). Además, la mayoría de las gentes llevan su nombre incluso concertado correctamente (gens Veturia, gens Taia…), todo un lujo para una obra tan actual, ya que apenas nadie acierta a la hora de preservar la norma de la concordancia en las expresiones latinas (¿casualidad que la autora sea estadounidense y angloparlante?). Además, los nombres propios mantienen su forma correcta, como en el caso del ya citado emperador Taius o en el del protagonista, Elias Veturius. A todo esto tenemos que sumarle el hecho de que casi todos los nombres “marciales” perfectamente podrían haber sido prestados de la antigüedad clásica, como el de la protagonista, Helene, o el del antagonista, Marcus, así como personajes mucho más secundarios, como la hermana de Helene, Livia, o “marciales” apenas mencionados una vez: Julius, Ceres, Lavinia… La guinda del pastel fue descubrir la existencia de la figura de los augures, que además son veneradísimos y muy poderosos, o la de las legiones y los legionarios.
Todo esto me llevó a investigar un poco acerca de la obra. Apenas comencé, ya en varias páginas se afirmaba que la saga era una distopía (es decir, “una sociedad ficticia indeseable en sí misma”, según la Wikipedia) basada en la antigua Roma principalmente, aunque también en otros pueblos, como los beduinos, enmascarados en los “tribales”. Por lo tanto, la esencia de Roma vive latente tanto en la primera parte como en la segunda, Una antorcha en las tinieblas, y ha servido, sin duda alguna, de clara referencia e inspiración a la autora para construir sus pueblos y sus personajes.
No obstante, creo que la influencia de Roma se queda ahí, ya que nadie debe esperarse una novela histórica o una obra excelentemente documentada sobre la Roma antigua, porque el mundo que se nos presenta es uno ajeno a nuestra Tierra y a todo lo que en ella pueda haberse dado. Además, los “marciales” se muestran especialmente crueles, violentos y sanguinarios, sin referencias a su arte o su religión (más allá de los augures), con lo que nos quedaríamos con el lado más nefasto de Roma.
Con todo, este libro no es para nada pionero en lo suyo ni en sus fuentes de inspiración. Ya en 2008, con el comienzo de la saga reina de las distopías, Los Juegos del Hambre, la autora Suzanne Collins se fijaba en Roma para modelar el distrito del Capitolio y para dar nombre a su nuevo país, denominado Panem por la expresión en latín Panem et circenses. Y hay muchísimos más libros con claros guiños a Roma y Grecia: desde el famosísimo Harry Potter hasta otras muchas exitosas distopías, como Amanecer Rojo.
La literatura juvenil, sin duda, también está reconociendo cada vez más el valor de lo clásico. Por ello quizá se han sucedido numerosas críticas a Sabaa Tahir por no saber reflejar el mundo romano como realmente era en cuestiones éticas, culturales o históricas en su saga de supuesta inspiración romana. Quizá todas estas críticas sean más que justificadas, pues todos los clichés, más bien con matices negativos, empleados en esta (y creo que en casi todas las nuevas distopías) no sólo desvalorizan la inmensa belleza del mundo clásico, presentándolo con una simpleza sin matices y centrándose, en el caso de Roma, en la esclavitud, la violencia y la opresión, sino que dejan de lado la filosofía, el arte, la escultura, la historia, la literatura, … para arrojar una imagen oscura despojada de la verdadera esencia de lo clásico, como algunos youtubers y blogueros han señalado, y que, creo, deja una impresión sesgada en la gran mayoría que, por desgracia (o por las últimas tendencias de la educación nacional), no conocen ni poseen las herramientas para filtrar estos contenidos.
Julián Bautista
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