Like a rolling stone

Algunas formas y costumbres de la antigüedad clásica, como el orden jónico o el fascismo, han mostrado una obstinada reticencia a desaparecer. Entre las pervivencias más o menos inocuas se encuentran algunos proverbios que, como recogió Alba Boscá en dos entradas de este blog (aquí y aquí), han sabido camuflarse camaleónicamente en los refraneros de las lenguas modernas. Una de ellas, en una de sus múltiples variantes latinas, es saxum uolutum non obducitur musco, cuya traducción castellana es algo como «roca movediza, nunca moho cobija», con esa rima fácil que funciona tan bien en los dichos populares y tan mal en los poetas cargantes.

En ocasiones su autoría se adjudica a Publilio Siro, un completo desconocido para muchos de nosotros, pero que debió de ser en su momento uno de los autores de mimos más relevantes, una suerte de César en harapos tras conseguir que, de acuerdo con algunas anécdotas transmitidas, el tirano que cruzó el Rubicón retirase su favor a Décimo Laberio, su principal competidor; de acuerdo con la Crónica de Eusebio en la recensión de Jerónimo, Publilio, tras la muerte de Laberio, Romae scena tenet.

La imagen está tomada del ejemplar del Chronicon que guarda la Biblioteca General Histórica de la Universidad de Salamanca

Ciertamente, si se quiere forzar una paternidad putativa, la colección de sentencias descontextualizadas de Publilio Siro, del que apenas conocemos el lenguaje que usó, ofrece una oportunidad perfecta. Difícilmente un par de frases pueda captar tan bien la situación actual de respetuosa incomprensión como las que Michael David Reeve colocó al comienzo de su capítulo sobre Publilio en Text and transmission:

Why the mimes of the Syrian Publilius swept audiences of the late Republic off their feet might be easier to say if more had come down to us than two fragments quoted by grammarians and a collection of one-line maxims in senarii and septenarii. No doubt citiziens too snooty to be caught enjoying light entertainment declared their admiration for the maxims, as in later generations the two Senecas and Gellius did.

La recepción de Siro no está lejos del “Marcial moralizado”, esos extraños pastiches que convierten a Marcial en una suerte de filósofo estoico. Como tantos otros textos grecolatinos, la editio princeps como tal de las sententiae de Publilio se debe a la cuidadosa edición de Erasmo, quien ciñó el corpus a algo más de doscientas máximas entre las que, por supuesto, no se encontraba ya saxum uolutum non obducitur musco.

La imagen corresponde al mínimo ejemplar de la Biblioteca General Histórica, de 1550; la editio prínceps es de 1514.

 Lo cierto es que de todas las ediciones impresas que he podido consultar (sin ser muchas, sí demasiadas) con las Sententiae, desde el 1475 (los prouerbia de la editio princeps napolitana de Séneca) hasta el 1897 (la edición de Meyer, que era la canónica hasta hace poco), solo he hallado la inclusión de saxum uolutum non obducitur musco en la obra de Théophile Baudement, con la forma musco lapis volutus haud obducitur, y en una traducción inglesa que claramente depende de la de Baudemunt, la de Darius Lyman de 1856, The moral sayings of Publius Syrus, a Roman slave. La referencia a la esclavitud de Publilio Siro no es casual. Lyman fue un férreo defensor de la abolición de la esclavitud y llegó a publicar en el mismo año, esto es, cinco años antes de que comenzara la Guerra Civil en Estados Unidos, Leaven for doughfaces; or, Threescore and ten parables touching slavery, un libro de fábulas morales destinado a concienciar a los norteños que pensaban que la abolición de la esclavitud iba a tener efectos casi tan nocivos sobre la economía como, por ejemplo, los que ahora algunos con un gato siamés al hombro vienen profetizando respecto a la subida del Salario Mínimo Interprofesional. El interés de Lyman en Publilio Siro parece partir del motto que adoptó la Edinburgh Review, iudex damnatur, cum nocens absolvitur, esta sí una de las sententiae de Publilio. Cuando Lyman se interesó por el autor, uno de los fundadores de la revista le confesó que ninguno de los que habían elegido la divisa había leído una línea más de Publilio Siro, lo que hace concluir certeramente a Lyman «what a reputation for learning and extensive erudition a man might acquire by an apt quotation from an inaccessible author».

Si la edición erasmiana borró la autoría de Publilio sobre saxum uolutum non obducitur musco de buena parte de las colecciones posteriores, Erasmo no se olvidó del proverbio y encontró su lugar entre los Adagia, junto con la correspondiente versión griega y bajo el epígrafe de la assiduitas, un concepto que quizá algún traductor proactivo y emprendedor se sintiera inclinado a rendir con el modismo de ‘resiliencia’.

La imagen, como es habitual cortesía de Óscar Lilao, corresponde al ejemplar de los Adagia de 1530 que conserva la Biblioteca General Histórica. En las ediciones modernas corresponde con el 2374.

Con anterioridad a Erasmo encontramos el proverbio tanto en griego como en latín, pero no de manera prolija. La primera atestiguación escrita de la que he sabido se encuentra recopilada en ese extraño libro con pretensiones de barco que hizo Egberto de Lieja en el s. XI, Fecunda ratis, y cuya mayor popularidad se debe a que conserva una de las tradiciones más famosas de Caperucita Roja antes de Perrault. En la recopilación de dichos e historias clásicas y seculares que compone la “Proa” del barco, Egberto recoge: assidue non saxa legunt uoluentia muscum (182). Ya en el s. XV, el bizantino Miguel Apostolio incluía en su Συναγωγὴ παροιμιῶν: Λίθος κυλιόμενος, φῦκος οὐ ποιεῖ (10,72).

De nuevo, la imagen pertenece a un ejemplar de la Biblioteca General Histórica; en esta edición el proverbio se corresponde con 12,5 y no con 10,72 como en las ediciones más recientes.

Aunque existe la tendencia a pensar que se trata de un original griego, lo cierto es que no hay ningún argumento de peso y probablemente la propia idea de buscar un origen lachmannianamente jerarquizado de un dicho popular está condenado al fracaso. Prueba de ello es la amplitud de lenguas en las que, en época moderna y contemporánea, el dicho ha sido recopilado, como el Refranero multilingüe muestra, incluida probablemente la traducción más famosa, la inglesa: a rolling stone gathers no moss.

Más allá de su relevancia para la erudición paremiológica, su impacto en ese marco cada vez más esquivo, el de la cultura popular, es imponderable. De la mano de Muddy Waters, el “jefe” del blues de Chicago, el “Catfish blues” que llevaba sonando probablemente desde los ’20 del siglo XX, si no antes ―aunque algunos de los versos se pueden documentar veinte años antes, la primera grabación se atribuye a Robert Petway, al que la falta casi absoluta de información biográfica ha querido metamorfosear en una especie de misterioso trotamundos―, se convierte en “Rollin’ stone”, una de sus canciones más significativas. A partir de ahí, la historia es más conocida.

En 1961 un grupo de jóvenes aficionados al blues de Chicago, la mayoría de los cuales había ido a las mejores escuelas, empezó a reunirse para tocar y, de manera escasamente original, decidieron llamarse The Blues Boys. Cuando un año después la formación varió y empezaron a actuar de manera semiprofesional, se vieron en la necesidad de buscar un nuevo nombre que, en homenaje a Muddy Waters y siguiendo la línea de escaso esfuerzo imaginativo, no fue otro que The Rollin’ Stones.

Un flyer de los primeros conciertos de The Rolling Stones, con la variante original; como diría un conocido y estimado estacionario, «un incunable».

La expresión inglesa conocería una segunda vida cuando en 1965 Bob Dylan publicó “Like a rolling stone”, marcando su transición a un sonido eléctrico que no fue muy bien acogido por algunos de los puristas del folk; se trata probablemente de la controversia más estéril y exasperante que afectó a Dylan hasta que le concedieron el Nobel. No se puede saber con certeza si se trató de una sátira del círculo de Warhol ―algunos han señalado incluso, con poco o nulo fundamento, que estaba inspirada por Edie Sedgwick, la femme fatale de la Velvet Underground―, pero lo cierto es que por tal lo tomaron ellos; en puridad, pocas cosas habría de las que esa corte de narcisistas de The Factory no se considerase el epicentro. El éxito de la canción fue inmediato y, junto con la canción de Muddy Waters, terminó por decidir el nombre de una nueva publicación que vería la luz un par de años después, en 1967, y que acabaría convirtiéndose en uno de los anales de los nuevos movimientos culturales, la famosa revista Rolling Stone. Tratando de saldar su deuda y con todo el descaro del mundo la revista Rolling Stone, imagino que sin volverse para ver los ceños fruncidos, ha declarado en un par de ocasiones el “Like a rolling stone” de Dylan como “la mejor canción”.

Existe una infinidad de covers, incluida una algo curiosa de Mick Ronson, una de las “arañas de Marte”, y que contó con la colaboración de David Bowie. Sin embargo, probablemente la versión más conocida es, precisamente, esa otra, bastante sosa, de The Rolling Stones, que, según creo, apareció por primera vez en los directos de Stripped. De hecho, incluso hay un directo del ’98 en Argentina, musicalmente pésimo pero divertidísimo, en el que Bob Dylan canta riéndose ―probablemente la única persona a la que la situación le divierta más que a Ronnie Wood― algo parecido a su versión mientras Jagger lo mira de soslayo y trata de sincronizarse, pasando del terror al enojo.

Mucho más interesante, la grabación de Muddy Waters atrajo la atención de ese músico tan increíblemente dotado que se esfumó cuando Jimi Hendrix abusó por última vez de los barbitúricos. Primero grabó su “Catfish blues”, que serviría de base para dos de las piezas de un disco perfecto como es Electric Ladyland, el tercero y último de The Jimi Hendrix Experience y en el que, curiosamente, se incluyó una versión de Dylan, su “All along the watchtower”. Descendientes del “Catfish blues” son tanto su “Voodoo Child (slight return)”, una de sus canciones más conocidas, como “Voodoo Chile”, cuya grabación le precedió en un día ­―se escuchan las voces en el estudio― y que está mucho más apegada al blues. Una semana antes de que se publicara Electric Ladyland, la Jimi Hendrix Experience dio tres conciertos en la célebre Winterland Ballroom de San Francisco. Entre el material en directo que ha sido continuamente reditado y publicado se encuentra una interpretación del ‘Like a rolling stone’ que conscientemente recupera un sonido más blues y que, con esa rara virtud de todas las versiones de Hendrix o Cash, supera al original. No era la primera vez que se grababa ya que en el Montery Pop Festival de 1967 tocaron, de una manera algo distinta, también “Like a rolling Stone”.

Pasada ya la resaca sentimental de la visita a Madrid de lo que queda de los Rolling Stones, un viejo adagio cuyo pasado latino es invisible ahora es una excusa tan buena como otra para escuchar… a Muddy Waters o Jimi Hendrix.

Diego Corral Varela


Odiseo entre cantos de sirenas en la Biblioteca General Histórica

Óscar Lilao nos envía esta imagen, frontispicio al segundo tomo del Teatro eroico e politico de governi de’ viceré del regno di Napoli dal tempo del re Fernando il Cattolico fino al presente‘, de Domenico Antonio Parrino, escritor e impresor napolitano (1642-1716). La obra, en 3 tomos, fue publicada en Nápoles entre 1692 y 1694 y forma parte de los fondos de la Bibioteca General Histórica (BG/46291).

En la parte superior de la página puede leerse: Certus iter peragit surda dum preterit aure («Recorre firme el camino mientras hace oídos sordos»). El grabado representa a las sirenas entonando una melodía mientras Odiseo pemanece agarrado firmemente al mástil -no atado a él- y uno de sus compañeros parece dormir.

EL “César” de Ovidio y sus imágenes

Julio César es también protagonista de las obras de Ovidio. El poeta lo menciona en su obra Fastos a propósito de las modificaciones del calendario que se relatan en el libro tercero:

(…) sed tamen errabant etiam nunc tempora, donec               
     Caesaris in multis haec quoque cura fuit.
non haec ille deus tantaeque propaginis auctor
     credidit officiis esse minora suis,
promissumque sibi voluit praenoscere caelum
     nec deus ignotas hospes inire domos.               
ille moras solis, quibus in sua signa rediret,
     traditur exactis disposuisse notis;
is decies senos ter centum et quinque diebus
     iunxit et a pleno tempora quinta die.
hic anni modus est: in lustrum accedere debet,               
     quae consummatur partibus, una dies.

Fastos, 3, 155-166

«No obstante, el calendario continuaba siendo defectuoso hasta que César, a sus muchas preocupaciones, añadió también ésta. Este dios y fundador de tan eximia descendencia no consideró esta empresa indigna de su atención. Quiso conocer de antemano el cielo que se le había prometido, para no entrar, una vez convertido en dios, como un extraño en una morada desconocida. Se dice que fue él quien estableció en tablas precisas el tiempo que tarda el sol en regresar a cada uno de los signos. Añadió sesenta días y a quinta parte de un día entero a los trescientos cinco ya existentes. Esta es la duración de un año: cada lustro debe añadirse un día más, que es la suma de las fracciones.»

(Traducción de Marcos Casquero, Universidad de León, 1990)

Las ediciones ilustradas de las obras de Ovidio imaginaron esta acción de Julio César tal y como aparece en dos ediciones que conserva la Biblioteca General Histórica de la Universidad de Salamanca: los Fastos editados en Venecia en 1508 en casa del famoso impresor Giovanni Tacuino y la edición de la misma obra que vio la luz en Milán en 1510 impresos por Leonardo Pachel.

Fastos. Fanensis. Tacuino. Venecia.1508. Imagen del libro tercero.

Fastos. Fanensis. Pachel. Milán.1508. Imagen del libro tercero.

Ambas imágenes, concebidas de manera similar en una estructura tripartita para reseñar varios de los episodios recuperados por Ovidio en libro que ilustran, presentan en la última parte, a la derecha de la imagen la escena del momento en el que César, coronado de laurel, vestido a la romana, entronizado y con un cetro, dispone las reformas del calendario que unos escribas toman al dictado. La escena, que es similar a la que se reproduce en el espacio central y representa las reformas de Numa Pompilio, muestra el avance en la representación del ambiente y de la escritura que se hace en un volumen en lugar de la especie de tabula sobredimensionada que recoge las modificaciones del monarca.

Pero Julio César es también uno de los protagonistas del poema de las Metamorfosis del poeta latino. En concreto, la última de las transformaciones que se narran o describen en el poema es justamente la conversión en estrella del dictador.

Ovidio lo cuenta así:

Vix ea fatus erat, media cum sede senatus
constitit alma Venus nulli cernenda suique
Caesaris eripuit membris neque in aëra solui
passa recentem animam caelestibus intulit astris,
dumque tulit, lumen capere atque ignescere sensit
emisitque sinu: luna volat altius illa
flammiferumque trahens spatioso limite crinem
stella micat natique videns bene facta fatetur
Ese suis maiora et vinci gaudet ab illo.
(Met. 15, 843-851)

«Apenas había terminado de decir esto, cuando en mitad del palacio del senado se posó la bienhechora Venus sin que nadie pudiese verla, y de entre los miembros de su César, capturó su alma fresca, no dejando que se disipase en el aire y la introdujo entre los astros del cielo, y mientras la llevaba notó que cobraba luz y empezaba a arder, y la soltó de su regazo; vuela el alma más arriba de la luna y respelandece convertida en una estrella que arrastra una cabellera llameante de enormes proporciones, y al ver los hechos gloriosos de su hijo declara que son mayores que los suyos y se regocija de ser sobrepujada por él.»

(Traducción de Antonio Ruiz de Elvira, CSIC, Madrid, 1994)

Algunas ediciones ilustradas también imaginaron el momento del catasterismo de César y la intervención de su divina antepasada, Venus. Una de ellas, en concreto la que se edita en Amberes en 1595 en casa de Pedro Bellero, con la traducción castellana de Bustamante, propone esta visión del magnicidio, el traslado y apoteosis del alma del dictador, representada como un rostro que parece una máscara que llega a las manos de la diosa Venus, mientras la asamblea de los restantes dioses contemplan la escena desde el cielo en el que se va a integrar el eximio mortal, y en el que ya figura un reciente miembro, el propio Hércules.

Metamorfosis. Bustamante. Bellero. Amberes.1595. Ultimo grabado del libro quince (fol. 227v)

Fátima Díez Platas

Universidad de Santiago de Compostela

Imágenes de Julio César en la Biblioteca General Histórica de la Universidad de Salamanca (1)

La imagen que encabeza esta entrada es una estampa del Tomo III de la Historia de la vida de Marco Tulio Cicerón, de Conyers Middleton, traducida por Don José Nicolás de Azara, Madrid, Imprenta Real, 1790.

La imagen está firmada por Giovanni Petrini, grabador de mediados del siglo XVIII, y Buenaventura Salesa, (Borja, 1755-Zaragoza, 1819), discípulo de F. Bayeu, dibujante y pintor neoclásico español, que participó en los dibujos preparatorios para los grabados de numerosos libros, de los que la Biblioteca General Histórica tiene una abundante muestra. El modelo fue, como reza el pie, una estatua de mármol, propiedad de José Nicolás de Azara, (1730-1804), político, diplomático, mecenas y coleccionista de arte. Muy aficionado al grabado, utilizó esta vía para dar a conocer su colección de escultura; ejemplo de ello es precisamente esta edición, que contiene además de la de César otras reproducciones de piezas de su propiedad. El original pertenece al Museo del Prado.

Agradezco a Óscar Lilao sus aclaraciones.

Susana González Marín

Más «Rómulos» de libro en la Biblioteca General Histórica de Salamanca

La Biblioteca General Histórica de Salamanca posee una buena colección de ejemplares de ediciones ilustradas de las obras de Ovidio entre las que se encuentran los Fastos (Sign.: BG/11487 (1)) que vieron la luz en Venecia en la casa del famoso impresor Giovanni Tacuino en 1508, y los que imprimió Leonardo Pachel en Milan en 1510 (BG/34554(4))

Se trata de dos impresos de la obra ovidiana que reeditan el texto latino acompañado por los comentarios de dos humanistas italianos de la última mitad del siglo XV, Antonius Constantius Fanensis (Antonio Costanzi de Fano) y Paulus Marsus (Paolo Marso). Los comentarios se escribieron originalmente entre 1480 y 1482, y Bartolomeo Merula los editó juntos por primera vez en Venecia en 1496.

Tacuino realiza en 1508 la primera edición acompañada por seis grabados xilográficos, uno por cada uno de los libros, más el grabado que adorna la portada y que representa a Ovidio y sus comentaristas. Cada uno de los seis grabados que ilustran los libros muestra dos o tres escenas relacionadas con fiestas y acontecimientos recogidos en los Fastos. Este tipo de grabados compartimentados se encuentran de forma frecuente en las ediciones ilustradas de inicios del XVI, y de manera especial en las ediciones venecianas de las Tristes y las Heroidas. La edición milanesa de Pachel reproduce el mismo esquema.

En ambas ediciones de la obra de Ovidio Rómulo protagoniza el grabado que adorna el libro primero.

Imagen procedente de http://www.ovidiuspictus.es/imagenejemplar.php?clave=1356

La representación que tiene el mismo tema y la misma composición pero distinta factura muestra, en el lado izquierdo de la estructura bipartita, a Ovidio postrado ante la imagen del dios asociado al mes de enero, Jano, representado con su doble faz, y en el lado derecho, a Rómulo, que aparece sentado en una especie de silla curul sobre un pedestal en el que está inscrito ROMVLVS,  y está estableciendo el calendario, como celebra el poeta en los primeros versos del libro.

Imagen procedente de http://www.ovidiuspictus.es/imagenejemplar.php?clave=1672

Fátima Díez Platas

Universidad de Santiago de Compostela. Biblioteca Digital Ovidiana http://www.ovidiuspictus.es/bdo.php

Rómulo, Remo y la loba en la Biblioteca General Histórica de la Universidad de Salamanca

Eduardo Hernández nos envía las imágenes de la loba amamantando a Rómulo y Remo que figuran en el ejemplar depositado en la Biblioteca General histórica de la Universidad de Salamanca del Atlantis Maioris Appendix, BG/39721. Estos primeros Atlas se caracterizan por no quedarse en la mera descripción cartográfica, sino que aportan datos de flora, fauna, cuestiones etnológicas, tradiciones, leyendas…

En el mapa correspondiente a Italia, que sirve de encabezamiento a esta entrada, aparece, en efecto, la loba con los gemelos, como podéis apreciar en las ampliaciones inferiores.

Ha fallecido Baltasar Cuart Moner

Anteayer falleció en su Mallorca natal Baltasar Cuart, un historiador excelente, rigurosamente vocacional, amante también de la literatura, la música y el arte, con el que daba tanto gusto hablar que una perdía la noción del paso del tiempo. Con Baltasar yo aprendí mucho y una vez que se lo agradecí en público se sorprendió, porque en realidad nunca adoptó conmigo la pose de maestro; tampoco presumía de sus hallazgos ni del éxito que obtuviera con ellos. Baltasar estaba al margen de la vanagloria: se sentía pagado con tener la suerte de divertirse investigando.

Sus amigos estábamos esperando que volviera de Mallorca tras pasar allí los sucesivos confinamientos. Tenía ganas de volver a su vida de aquí, y en ella ocupaba un lugar especial la Biblioteca Histórica, en la que se sentía en casa con Margarita, Óscar y los demás bibliotecarios. En ella estudiaba con rigor las fuentes, incluidas las latinas. Sí, Baltasar sabía latín y recordaba muchas veces su estudio en los dos primeros años de la carrera, que le abrieron camino para seguir disfrutando con la lectura de los historiadores latinos. Según él, se equivocaban quienes en vez de leer a Tácito leían las novelas históricas que salían del implacable saqueo al que lo sometían los autores de nuestro tiempo.

Baltasar tuvo mucha relación con nosotros, los profesores del Departamento de Clásicas; era amigo nuestro y compañero en la reivindicación de derechos que llevamos a cabo en el marco del movimiento de PNNs; después, venía mucho por el departamento, porque escribió con Gregorio Hinojo el libro Nonnulla memoratu digna. Memorias de Don Bernardino de Anaya. Rector del colegio de San Clemente de los españoles de Bolonia (1512-1513) (Salamanca 1985), y a raíz de esta colaboración interdisciplinar nos lo encontrábamos con frecuencia en “el pasillo de clásicas”, lugar de charlas distendidas de las que se acordaba hoy una compañera; de “muy amenas” las calificaba otro.

Asimismo, colaboró con Jenaro Costas y Mercedes Trascasas en la edición de dos tomos (X y V) de las Obras Completas de Juan Ginés de Sepúlveda, en los que se encargó del Estudio histórico y las notas. Como dijo uno de sus compañeros de Historia Moderna, Baltasar era probablemente uno de los pocos historiadores que aún podían leer con solvencia las fuentes en latín, una capacidad que estrechó nuestros lazos de amistad con él.

Como dice Cicerón: Amicitiae gratia et absentes adsunt et, quod difficilius dictu est, mortui vivunt. Así te mantendremos en nuestra memoria. Baltasar, nunca te olvidaremos.

Rosario Cortés Tovar

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