CARMEN ESTRADA, Odiseicas. Las mujeres en la Odisea, Barcelona, Seix Barral, 2021, 412 pp.
Este libro es un ensayo sobre las mujeres en la Odisea que pretende corregir la historia de la crítica sobre el poema, centrada tradicionalmente en su protagonista Ulises; y lo hace prestando mayor atención a las numerosas mujeres que comparten con él la trama. La autora reivindica a las heroínas de la Odisea como mujeres con carácter y personalidad propia reducidas por la tradición a estereotipos: Penélope representa la fidelidad y la paciencia, Circe a la hechicera cruel, Nausícaa la inocencia y la dulzura, y así sucesivamente. Estas caracterizaciones están “alejadas de los personajes que descubrimos en una lectura detenida del poema” -dice la autora-, que sostiene desde el principio que las “odiseicas”, lejos de ser malas y representar un obstáculo para la vuelta del héroe a Ítaca, lo ayudan con su sabiduría, astucia e ingenio a solucionar sus problemas y a tener un viaje de vuelta a Ítaca placentero y seguro. Frente a los prejuicios y los estereotipos que la posteridad ha arrojado sobre ellas, rastrea en el poema el carácter y la independencia con la que actúan estas mujeres, subvirtiendo con frecuencia los rasgos propios de la conceptualización de lo femenino en la época de los poemas, época dominada por el patriarcado y la misoginia.
En los primeros compases del ensayo la autora hace algunas generalizaciones que tendría que haber matizado para lograr una interpretación más precisa: no todos los personajes femeninos son mujeres reales, casadas y solteras, esclavas y libres, también hay diosas. Estas no se mueven en el mismo terreno, no transgreden las normas de la misma forma, porque se configuran más bien al margen de la construcción social de género: Atenea, Circe, Calipso tienen poderes que no se encuentran en Penélope, Helena, Arete etc.
En cuanto a la misoginia, los poemas homéricos no pueden asimilarse, por ser de la misma época, a la misoginia de las obras de Hesíodo y Semónides de Amorgos. En los poemas homéricos solo con el tiempo penetra una “misoginia” mucho menos virulenta[1]: imperceptible en la Ilíada, donde predomina el modelo de familia clan, aparece posteriormente en la Odisea, poema en el que se afirma ya claramente el modelo de familia nuclear, en cuyo marco se produce mayor desconfianza hacia las mujeres por su capacidad reproductora incontrolable. En la Odisea la desconfianza hacia las mujeres aparece en las palabras que Agamenón le dirige a Ulises en el Hades: a pesar de alabar a Penélope, le dice que no le descubra lo que piensa: “antes bien particípale unas cosas y ocúltale otras” (11, 451ss). También la diosa Atenea desconfía de Penélope e insta a Telémaco a volver a casa, porque la mujer tiene en su pecho el ánimo de “hacer prosperar la casa de quien la ha tomado por esposa y no de los hijos primeros, ni del marido difunto con el que se casó virgen” (15.19ss.). La generalización es misógina.
La metodología de análisis adoptada por la autora es la correcta: análisis del “género sociocultural” que ella define diferenciándolo del “género literario” para que no se produzcan confusiones entre ambos conceptos. Nos sorprende que no se haya apoyado en la definición de “género” que le ofrecen los propios poemas en más de una ocasión: en Iliada 6. 490-493, cuando Andrómaca le hace a Héctor una sugerencia de estrategia bélica menos peligrosa para mantenerlo a salvo, el héroe troyano la pone en su sitio diciéndole: “Más, ¡ea!, vete a casa / y atiende tus labores,/ el telar y la rueca, /y ordena a tus criadas /que al trabajo se entreguen,/ pues a cuenta ha de correr la guerra/ de los varones todos/ que en Ilión han nacido,/ y de mí especialmente”[2]. La división del trabajo entre los géneros queda aquí muy clara. En el poema en general, las mujeres que no se salen del comportamiento establecido para ellas por la construcción social de género, no son víctimas de misoginia: la actitud hacia ellas es patriarcalista, no misógina. Lo mismo encontramos en la Odisea en boca de Telémaco en dos ocasiones: cuando en el canto primero Penélope le manda al aedo Femio que no siga cantando los nostoi de los héroes de la guerra de Troya porque daña su corazón, Telémaco le recuerda a su madre que la palabra pública no es de la mujer sino del dueño de la casa, en este caso él mismo: “Mas vuelve a tu habitación, ocúpate de las labores que te son propias, el telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo, y de hablar nos cuidaremos los hombres y principalmente yo, cuyo es el mando de esta casa” (1. 358-360)[3]. Se trata del mismo texto en ambos poemas adecuado al contexto. Se repite cuando Penélope interviene en la discusión sobre el certamen del arco con un solo cambio: “… del arco nos cuidaremos lo hombres y principalmente yo, cuyo es el mando de esta casa” (21, 352ss). En ambos casos Penélope se sorprende de las “discretas palabras de su hijo”: no se enfada, acepta el patriarcado y su sistema de géneros.
La parte del libro dedicada a la lectura detenida de cada heroína “Con madera de protagonistas”, está muy bien. Cumple exhaustivamente con el objetivo establecido al principio de hacerles justicia a las mujeres poniendo de relieve aspectos de su carácter que con frecuencia no se ajustan a los requerimientos establecidos para ellas: son alabadas más por su inteligencia y astucia que por su belleza (Penélope e incluso la Helena odiseica) o por su relación con un hombre: las diosas Atenea, Circe y Calipso no dependen de ninguno; Arete tiene cierto poder en Esqueria y es admirada por su marido[4]. Señala sus actitudes subversivas e incluso encuentra en ellas rasgos feministas. La autora las lee con las lentes de su propia época, como otros hicieron repetidamente a lo largo de la historia para hacer una lectura muy diferente; por ejemplo Aristóteles, que ni siquiera las tuvo en cuenta.
De todas formas, se echa en falta mayor diferenciación entre las mujeres que habitan la tierra y viven en relación con los hombres –heroínas, sirvientas, etc.- y las diosas, que o bien son olímpicas como Atenea o viven al margen de la sociedad. De ahí la diversidad de las relaciones que establecen con Ulises y con los hombres en general: Penélope es una reina regente y es muy consciente de la precariedad de su posición ante la permanente amenaza de los pretendientes; Calipso, en cambio, con su poder divino, a pesar de su dependencia sexual del héroe, lo somete a una especie de esclavitud sexual. Subvierten los valores de género pero no de manera uniforme, porque no comparten las mismas circunstancias.
A la deriva transgresora de las odiseicas les dedica la autora una parte titulada “Rompiendo tópicos de género”, en la que pone de relieve su posición como mujeres activas, sujetos, no objetos, como se esperaría; mujeres que no dejan que el deseo sea exclusivamente masculino, mujeres que son representadas con símiles masculinos (Penélope es comparada con un rey justo (19.220ss.) y con un león acorralado (4.791-3), al tiempo que los hombres son comparados con mujeres. La inversión de género en los símiles es una de las formas más llamativas de romper las fronteras entre los géneros. Pero la palabra pública y el poder son “cosas de hombres”. El pasaje antes mencionado en el que Telémaco le niega la palabra pública a su madre es utilizado por Mary Beard en su manifiesto “Mujeres y poder”, que Estrada conoce bien, para defender la tesis de que las estructuras de poder están codificadas como masculinas y por eso no es fácil encajar en ellas a las mujeres. Pero la autora no lee el pasaje entero y siguiendo a Mary Beard considera ridícula la intervención de Telémaco[5]. Bien, merece la pena que leamos el texto como filólogas, sin sacarlo de su contexto: Telémaco empieza a actuar en esa escena como adulto bajo el influjo de Atenea, que se la ha presentado disfrazada de un huésped de Ulises, Mentes, para orientar su conducta y hacer que madure. La reacción de Penélope a las palabras de su hijo es de sorpresa: “Volvióse Penélope muy asombrada a su habitación, revolviendo en el ánimo las discretas palabras de su hijo”. Percibe en ellas algo nuevo y no negativo: son “discretas” y anuncian la madurez que demostrará al día siguiente en la asamblea aunque se enoje y llore como hacen todos los héroes homéricos[6]. Sin duda, para Penélope, acosada por los pretendientes, el crecimiento de su hijo era un alivio. Penélope es mucho más que una esposa fiel, estamos de acuerdo, es una reina regente, pero no desconoce los límites y la precariedad de su poder.
El apartado vuelve sobre la definición de género aplicándolo a la Grecia arcaica para apuntalar su tesis de que las odiseicas son mujeres independientes, activas que toman decisiones, que son iguales a ellos e incluso los superan en una atmósfera nada misógina (pp. 251-252); la Odisea se desarrolla en “una atmósfera de igualdad de género” (p.198). Me parece una exageración: ellas están encerradas en su mundo doméstico, todas hilan la lana, excepto Atenea, que es diosa olímpica, mientras Ulises se mueve en el ancho mundo de la aventura en el que no le faltan mujeres que lo amen y lo ayuden y hombres que lo admiren. Es el protagonista indudable de la obra y todas las mujeres, a pesar de romper con muchos de los límites que su género les impone, actúan en su órbita.
En el penúltimo capítulo de esta parte la autora vuelve a considerar la tesis de Butler: el poema habría sido escrito por una mujer porque comete errores impensables en la pluma de un poeta. Repasa la fortuna de la hipótesis de Butler y los argumentos a su favor y la posibilidad de que fuera realista puesto que escritoras hubo en la antigüedad antes de la escritura de la Odisea, pero no tenemos ninguna prueba de que este poema fuera escrito por una mujer.
La consideración del poema en su conjunto nos impone aceptar que es mucho mayor el protagonismo de los hombres que el de las mujeres y que la Odisea sigue siendo un poema épico androcéntrico. A pesar del inusual protagonismo que tienen las mujeres en la Odisea, no es comparable al de los hombres -ellos ocupan una cantidad incomparablemente mayor de versos-; y, aunque ellas subviertan algunas normas impuestas a su género, quizás no lo hagan tanto cuando actúan como protectoras del héroe, una función que podemos consideran “femenina”: cumplen con el cuidado. Además, Ulises sale de la mayor parte de las aventuras a las que se enfrenta con la ayuda de sus compañeros, de los dioses y de su proverbial astucia. Así que insistir en la tesis de Butler para justificar la deriva “feminista” de la obra nos parece muy forzado. Por otra parte, no se puede excluir el protagonismo de los personajes femeninos en obras de autoría masculina: los ejemplares que conservamos de novela griega, el único género literario griego que se caracteriza por la simetría sexual, fueron escritos por hombres[7].
En la última parte del libro “Mujeres de interior o el interior de las mujeres (Etopeyas)” la autora presta la palabra a las mujeres para que narren su propia intervención en la Odisea, un poco al modo de las Heroidas de Ovidio, una idea interesante, aunque inevitablemente resulte en algunos tramos muy repetitiva.
La primera es Penélope que, aunque sigue muy de cerca el relato del poema, desarrolla su encuentro con Ulises atendiendo a todos los matices y dudas a las que la condena la ignorancia sobre el forastero en la que la mantienen su hijo, su marido y Eumeo. Aunque Penélope sospecha su verdadera identidad desde el principio, sus diálogos con él se convierten en un juego en el que la heroína va poniéndole trampas hasta poner su astucia a la altura de la de su marido. Aunque la materia narrativa se repite, la etopeya le permite a Estrada presentar a Penélope demostrando con su palabra la inteligencia que los demás personajes le atribuyen en la obra.
Menos interés tiene la de Nausícaa, que sigue muy de cerca el relato del poema; solo se aparta de él en la invitación que Alcínoo le hace para que asista a los juegos, una aparición en público que no aparece en la Odisea y que sin duda contribuye a afianzar la tesis de la autora sobre el importante protagonismo de las mujeres en la obra. Asimismo, también subraya Nausícaa que es de su madre Arete de quien dependerá la ayuda al héroe para que vuelva a su casa, pero la conversación entre la reina y Ulises[8] se produce en el espacio privado, mientras que es Alcínoo quien tiene la palabra pública y la decisión final sobre el futuro inmediato del huésped y la organización de su partida.
Le presta también la palabra a Euriclea, la nodriza de Ulises, que no solo cuenta cómo descubrió su identidad al encontrar una vieja cicatriz cuando lo lavaba, sino todo lo que una esclava observa en silencio o escucha desde su posición marginal.
Estrada, al personaje de Circe, sin duda el más atractivo para ella, también le presta la palabra y el relato sobre su propia intervención en el poema. Ya en la primera parte la autora toma la decisión de oponer a la tradición prejuiciada contra la maga su propia visión. Cuando Circe convierte en cerdos a los compañeros de Ulises, aquella pone en su boca estas palabras: “¡Convertíos en lo que sois realmente!” y comenta: “Nos hemos deslizado, con nuestra mirada del siglo XXI, desde el relato que aparece en la Odisea a una interpretación de lo que pudo ocurrir. Cierto, hay cosas que no están en la versión conservada del poema épico. Pero tampoco están en ella los estereotipos de la Circe demoníaca y amenazante que ha creado la tradición durante los largos siglos intermedios” (pp. 118-19). De modo que cuando la propia Circe habla encontramos a la mujer independiente, sabia y protectora del héroe, que se parece mucho a las Circes de la ficción contemporánea[9]. Nos limitamos a recordar un delicioso microrrelato de Marco Denevi: “Al menor descuido de Circe, los amantes se le transformaban en cerdos”[10].
Cierra el libro con “La gestación de una Odisea” en la que definitivamente crea una ficción en la que los descendientes de una estirpe de aedos, un niño y una niña, un aedo y una aeda, habrían sido decisivos en la composición de los dos poemas; naturalmente la Odisea seria obra de la aeda.
El libro empieza como un ensayo y termina como una ficción que apoya la tesis del ensayo. La perspectiva de la autora es feminista y su intención buena: los clásicos siguen estando vivos, porque siguen interpelándonos. Cada época los ve con sus propios ojos y métodos de análisis. La nuestra con perspectiva feminista y de género. En este libro se aplica la segunda, la perspectiva de género y eso está muy bien; pero aparece excesivamente sesgada hacia los personajes femeninos y pierde parte del rendimiento de un método que permite analizar las relaciones dialécticas entre ambos géneros.
Rosario Cortés Tovar
[1] Mary Beard se refiere a la “misoginia” como un diagnóstico simple “al que recurrimos con cierta indolencia”: Mujeres y poder. Un manifiesto, Crítica, Barcelona 2018 (p. 18).
[2] Citamos por la traducción de A. Lóspez Eire para Cátedra LU, Madrid 1993.
[3] Citamos la Odisea por la traducción de Segalá en la edición de López Eire para Austral, Madrid 1989.
[4] Penélope repite que su fama, belleza y excelencia se han perdido debido a la ausencia de Ulises, pero destaca por su inteligencia. También guarda Ítaca para Ulises. Arete es inteligente y resuelve conflictos entre hombres, pero el poder es de Alcínoo. También la manda callar cuando toma la palabra dirigiéndose a los feacios: 11, 352.
[5] Mary Beard, op. cit p. 16. Beard dice que hay “algo vagamente ridículo en la intervención del muchacho”. Estrada lleva este comentario al extremo de afirmar que bordea la parodia (p.228): el silencio que le impone Héctor a Andrómaca es la Ilíada sería serio, mientras el de Telémaco es casi burlesco.
[6] La autora analiza el llanto en los poemas y concluye que es “cosa de hombres” (pp. 229-233). Antes (p. 225) apoyaba su tesis de que la intervención de Telémaco mandando callar a Penélope era ridícula en que al día siguiente en la asamblea el joven tras hablar en público no había dominado sus nervios y había arrojado el cetro y se había echado a llorar: los héroes homéricos no dominan sus emociones, tampoco la ira.
[7] Recomiendo el libro de D. Konstan sobre la novela griega: Sexual symmetry. Love in the ancient novel and related genres, Princeton University Press, Princeton, New Jersey 1994. La Odisea ha sido considerado un poema precursor de la novela. Konstan hace un repaso de semejanzas y diferencias y termina señalando que en el poema homérico no hay simetría entre los géneros: “El retrato de una reina vigorosa es reprimido en interés del relato de heroísmo masculino: la Odisea reproduce y autoriza el dimorfismo en los roles de los sexos que informa la literatura amatoria clásica (p. 172).
[8] Cuando Arete les pide a los feacios que le lleven a Ulises regalos, Antínoo la manda callar, como muy bien señala la autora en p. 226
[9] Estrada cita a Miller, Madeline, Circe, Alianza Editorial, Madrid 2019, y a Lourdes Ortiz, Los motivos de Circe, Castalia, Madrid 1991. Podemos añadir la opera prima de Begoña Caamaño, Circe o el placer del azul, Mar Maior, Madrid 2013.
[10] De “El hombre animal lujurioso”, Falsificaciones, Ediciones Corregidor, Buenos Aires 1984.