Cuando el rubio Apolo se acostó al atardecer, la lengua se me quebró. Y al punto, como moneda de bronce en mi piel, el fuego me atravesó. La diosa Afrodita fue la que ideó un plan para que yo me enamorara a través de un guiño de ojos. Bajo un cielo anaranjado, mis mejillas estaban arreboladas. Las aves volaban tranquilas en un campo de girasoles. Todo me parecía hermoso.
Elena Villarroel Rodríguez
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