Dentro del ciclo de conferencias “Mujeres del Mundo clásico. Entre la sumisión y el poder”, organizado por la sección local de la SEEC, la catedrática de Historia Antigua María José Hidalgo de la Vega (Universidad de Salamanca) pronunció el pasado día 15 de febrero una interesante conferencia acerca de la personalidad histórica de Zenobia, reina de Palmira, que tratamos de resumir a continuación.
La princesa siria Zenobia pasó a la historia aun viviendo en una época convulsa, cuando la anarquía militar ya ponía de manifiesto, con suma crudeza, la profunda crisis en que se veía inmerso el Imperio Romano (s. III d. C.). El reino de Palmira, sin embargo, seguía siendo entonces económicamente próspero y políticamente relevante, y aunaba su genuino carácter oriental con diversos rasgos occidentales, pues sobre su origen semítico fue recibiendo a lo largo de los siglos la influencia de árabes, griegos y romanos, según demostraba hasta hace poco a sus visitantes: era en definitiva un crisol de culturas tal, que había suscitado la admiración ––y, en ocasiones, la ambición–– de insignes estadistas antiguos de la talla de Antíoco III, Marco Antonio o Adriano.
Siendo consciente de la identidad y posición de su patria, Zenobia gobernó como regente los dominios de Palmira una vez fallecido su esposo, Septimio Odenato, que dejaba un reino vasallo de Roma y un hijo aún infante, Vabalato. En unos años caóticos en que bajo los Césares Galieno y Claudio el Gótico se había sublevado la Galia y los godos contra Roma, la princesa del desierto hizo lo propio declarando independiente el Imperio de Palmira sin que hubiese reacción alguna. Es más, su decisión alcanzó tal punto, que llevó a cabo varias campañas militares para extender por la fuerza las fronteras de su poder. Así pues, después de apenas cinco años, Zenobia se había erigido en reina soberana de Palmira y se había hecho con un vasto territorio que venía a poner en riesgo no sólo la unidad, sino también la viabilidad del Imperio Romano (267-272 d.C.). Su proyecto político sólo se echó a perder una vez que el emperador Aureliano, recién vencidos los germanos, se embarcó en una guerra contra el reino palmireno y, por fin, sometió a su pueblo y a su emperatriz. Unos historiadores narran que murió ejecutada, acusada de llevar a cabo esta sublevación militar; otros, en cambio, dicen que obtuvo la clemencia del César y pasó sus últimos días en Tívoli, en una lujosa villa, con las dignidades de una matrona romana.
Esta imagen de reina extraordinaria, virtuosa y casi heroína viene dada en gran medida por las fuentes literarias que han pervivido desde la Antigüedad tardía hasta la fecha. Con todo, no se comprende el porqué de la actitud benévola e incluso encomiástica que despierta en determinado(s) escritor(es) latino(s), como ocurre con una obra tan sugestiva ––y problemática–– como es la Historia Augusta. De hecho, resulta cuando menos sorprendente leer la biografía correspondiente a la reina palmirena en una colección de notorio sesgo nacionalista y prosenatorial.
En cualquier caso no parece apropiado ver en Zenobia una heroína trágica que quiere redimir a su pueblo de la opresión; más bien, conviene hoy reconocer en ella a una mujer culta y pragmática, como dicen los historiadores, pero notablemente poliédrica, que, en efecto, fue capaz de aprovechar una coyuntura histórica favorable para defender los intereses de su reino patrio.
Ahora bien, la complejidad del personaje histórico no sólo tuvo la fortuna de llamar la atención de los escritores de su tiempo, sino que también llegó a inspirar en época moderna a no pocos artistas plásticos o literarios. Para el interesado merecen mención el poema inconcluso de Kavafis sobre la ascendencia helenística de la emperatriz, la semblanza atractiva que le dedica José Luis Sampedro en La Vieja Sirena, o la recreación más o menos verosímil de una novela histórica, Yo, Zenobia, reina de Palmira (B. Simiot). Y tampoco faltan, por supuesto, representaciones idealizadas de su personalidad de cierta trascendencia, como La última mirada a Palmira de la reina Zenobia, obra de H. Schmalz, y la escultura idealizada de Harriet Hosmer (reproducida en el encabezamiento de esta entrada), que infundió con su ejemplo ánimos renovados a la causa feminista. Prueba, en suma, de que Zenobia se sigue (re)interpretando según las corrientes estéticas o ideológicas de cada momento, del mundo tardoantiguo a la era contemporánea, probablemente como ya pasó en sus días.
Federico Pedreira Nores
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